Una ecuación de segundo grado

Lula: tras leer éste párrafo de tu último último post: "el trabajo se define como la integral del producto escalar del vector fuerza por el vector desplazamiento siendo el julio un newton x metro", tuve la sensación de que el suelo se derrumbaba bajo mis pies. He decidido confesártelo:

Yo sé menos matemáticas que un niño de primaria

La historia de esta carencia intelectual comienza en mi primera infancia y está elaborada a través de mis primeros recuerdos o más bien de lo que más tarde, me contaron, cariñosamente deformado, mis padres.

Yo iba, según decían, para niño superdotado. Los primeros pasos no podían ser más alentadores. Leí tan tempranamente que mi profesora -mi primer amor serio, aunque, lógicamente, no correspondido- me llevó, de clase en clase, para exhibir mi precocidad, y de paso exhibirse ella.

Mis padres secundaron con entusiasmo la idea exhibicionista, y cada vez que llegaba una visita, me mostraban orgullosos a sus amistades, y me hacían leer un párrafo de Mis primeras lecturas.

Tras los besos de las señoras, que me dejaban la cara llena de maquillaje y un intenso olor a perfume , ellos continuaban tomando té con pastas, y yo volvía a mi cuarto con Andrea, la niñera, a esperar, resignadamente, la próxima visita.

Pero volvamos al objeto de mi confesión. La ilusión de que yo iba para niño superdotado duró lo que tardé en llegar a cursar Matemáticas. Hasta ese momento las cosas estaban muy claras: si Juan tenía dos manzanas y le daban otras dos tenía cuatro , y si Pedro tenía cinco peras y tenía que dar una a cada uno de sus tres hermanos solamente le quedaban dos.

La cosa comenzó a complicarse con la llegada de conceptos cómo raíces, ecuaciones, logaritmos, funciones, derivadas, integrales, etc. No pude entender a quien se le había ocurrido la idea de sustituir manzanas y peras por simples letras : x, f , y , etc.

Intenté descargar la dificultad de comprender las matemáticas en la deficiente preparación del profesor -el hermano Abilio-, pero la excusa se caía por su propio peso si pensaba que mi compañero de pupitre la asimilaba con brillantez. Agotados los varios intentos exculpatorios llegue a la conclusión de que el área cerebral responsable del aprendizaje de las matemáticas la tenía "fuera de servicio".

A partir de ese día me declaré insumiso matemático y transité a lo largo del bachillerato aprovechándome de la compensación de calificaciones entre las distintas asignaturas. Mis excelentes notas en Literatura, Filosofía, Historia, etc. subsanaban los habituales y constantes suspensos en matemáticas.

Finalizado el bachillerato y enfrentado al por entonces conocido como Examen de Estado, que se celebraba en Madrid en la vieja Universidad de la calle San Bernardo , el vértigo de no poder aprobarlo, por las dichosas x, f, y, me tuvo al borde de arrojar la toalla.

Afortunadamente tuve la suerte de tropezar con un profesor particular que me animó a tentar la suerte. Dado que el examen de matemáticas constaba de la resolución de dos problemas, me centré en estudiar la fórmula para resolver ecuaciones -tema recurrente del temario de examen -y fingir que no me daba tiempo para resolver el segundo problema.

A pesar de los muchos años transcurridos, aún hoy día me estoy preguntando como logré resolver con éxito la citada ecuación y aprobar así el dichoso Examen de Estado. Pero de lo que si estoy seguro es que el que nunca lo habrá conseguido comprender es el hermano Abilio.

Miguel Arribas

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