Toda orejas

 Me gusta escuchar más que hablar. Mi predisposición a la escucha es constante y no se limita a mi familia y amigos, se extiende a toda conversación que a mi oído llegue. La sabiduría popular dice que "el que habla siembra y el que escucha recoge", ergo esta inclinación denota mi perfil recolector, más que el de cotilla con el que algunos mal pensados lo podrían confundir.

El tipo de conversación está en función del número de personas que participan así como el entorno donde tienen lugar. En cuanto a los contertulios, las conversaciones entre dos personas tienden a derivar a temas más personales mientras que las de grupo tienen una componente social tendente a crear fluidas conversaciones alimentadas con la vida y milagros de personas conocidas y ausentes en la tertulia. Respecto al entorno, el transporte público, los restaurantes y la playa son tres de los lugares más relevantes para arrimar la oreja y escuchar las conversaciones que siendo ajenas se da la paradoja de que se desarrollan en espacios públicos y no están sujetas a ninguna ley de protección de datos. En la gráfica que ilustra el post se puede observar la relación entre el número de contertulios y el grado de despellejamiento al prójimo que alcanzan las conversaciones.

El transporte público al estar estructurado en asientos y estrechos pasillos no ofrece facilidades a la creación de amplias tertulias, por lo tanto, el tipo de conversaciones que se escuchan suelen ser personales y, en algunos casos hasta íntimas, dada la extraña costumbre que tienen algunas personas de hablar por teléfono sin ningún pudor.

La playa es un espacio de expansión y relajación. Ofrece muchos temas de conversación y oportunidades de criticar al prójimo: cómo le queda el bikini a esa, qué poca vergüenza tomar el sol sin sujetador, qué mal educados están esos niños, no sé como dejan que traigan a los perros, etc. A más contertulios, más posibilidades de ver la paja en el ojo ajeno, pero dentro de un orden y trazando una función lineal en la relación contertulios/grado de despellejo.

El restaurante es el lugar más propicio a la conversación envenenada. No solo se dispone de un lugar idóneo para charlar en torno a una mesa sino que el propio acto de comer y beber, sobre todo vino, alimenta la conversación como leña al fuego. En estas condiciones de entorno, el grado de despelleje crece de forma exponencial en función del número de comensales. Da igual que se sienten a la vasca o a la castellana, conforme avance el ágape la conversación confluirá hacia poner verde a alguien sobre el que exista un consenso general en hacerlo. En ese momento, como si fueran Fuenteovejuna, le despellejarán todos a una.

La condición humana es así, los resentimientos, los miedos, las inseguridades, el morbo, la envidia buscan caminos para salir al exterior y lo hacen en estas terapias de grupo que llamamos reuniones sociales. A fin de cuentas, solo son palabras que se lleva el viento aunque a veces pasen previamente por orejas atentas.

Lula

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