Sobreviviendo

Ilustración de Jakeline Klein

La capacidad del ser humano para sobrevivir no tiene límites, viene en los genes. En aras de esta capacidad se cometen muchos abusos porque salvo que la única solución para sobrevivir sea la rebelión, en el resto de los casos se producirá una adaptación a la nueva situación.

En la pérdida gradual del paraíso laboral, poco a poco nos fuimos adaptando sin perder las ganas de trabajar y el buen humor. Nos adaptamos a la luz cenital, evitábamos las relaciones con los colorines, sobre todo del nerd, suplíamos la falta de atención del number one mejorando la relación en el equipo y colaborando entre nosotros, aunque trabajábamos en cosas diferentes, y manteníamos la débil llama de lo que fue el paraíso laboral con el resto de los compañeros.

Creamos un nuevo meeting point en el comedor que la empresa había habilitado con una pequeña cocina y un horno microondas. Allí nos reuníamos los viejunos, las nuevas oleadas de compañeros prefería comer fuera y a ser posible con los dueños de la empresa. En ese comedor vi al lejías comerse el plato de lentejas hasta el borde para después apretarse quince albóndigas. Desde allí organizamos las expediciones para ir a nadar en la hora de la comida y cualquier actividad extralaboral.

Se sacaba tiempo para diseñar y poner en escena bromas pesadas. Los de hardware colocaron unos catéteres transparentes en las maquetas y cuando íbamos a probar un software nuevo se ponían a fumar por el otro extremo del tubo para simular la quema de la maqueta. El trabajo se hacía muy llevadero en este ambiente de camaradería.

Pero íbamos notando que los cambios no iban a mejor. Un día decidimos hacer terapia de grupo y nos fuimos los del equipo a comer fuera de la empresa para poder hablar con más libertad. No invitamos a Paco Lenin para no ponerle un compromiso entre su vida laboral y política. Coincidíamos todos en la falta de comunicación y de apoyo del number one, la importancia que se les daba a los colorines, lo difícil que resultaba tener que hacer el trabajo sin medios y el futuro tan negro que nos esperaba. Después del desahogo volvimos al trabajo sabiendo que tarde o temprano nos iríamos marchando.

Unas semanas más tarde, un colaborador de la empresa que era jefe de departamento en la Facultad de Informática me ofreció dar clases como profesora asociada. Me encantó la idea de volver a la Universidad y acepté. A los socios no les gustó nada mi nueva actividad académica y me hicieron saber que a la empresa no le gustaba mi pérdida de disponibilidad ya que dos días a la semana me marcharía a mi hora.

Mientras, se estaba negociando el convenio salarial de ese año con ciertas dificultades, pero eso se verá en la siguiente entrega.

Lula

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