Siniestro total III

Dicen que a la tercera va la vencida y así ha sido en este caso. Después de diecisiete años de una vida en común con mi halcón milenario, y superar una amenaza de siniestro total (ver siniestro total I) y las secuelas de la superación de la crisis (ver siniestro total II) he tirado la toalla y me he comprado un coche nuevo.

Me ha dolido dejarlo en prenda para el plan renove, pero el halcón milenario era una amenaza para mi objetivo en la vida: llegar a centenaria. No quería que un accidente de circulación truncara mi estupenda carrera de maduración que va camino de convertirme en una "gran reserva". Sus carencias las iba asumiendo con paciencia, resignación y estoicismo. Podía soportar que no tuviera dirección asistida porque aparcar mantenía mis bíceps en forma. Era capaz de aguantar los rigores del verano y soportar temperaturas de más de cuarenta grados con el único alivio del tórrido airecillo que entraba por la ventanilla. Había asumido como normal llevar 2 litros de agua para cuando se encendía el piloto del radiador, un día sí y otro también. Me había resignado a circular por el carril de la derecha a un máximo de 100KM/h porque no me entraba la quinta marcha. Pero la gota que colmó el vaso fue que el pedal del freno tenía un recorrido infinito y una respuesta casi nula para el frenado. Si bien la velocidad de crucero del halcón milenario era modesta, el miedo ante un posible frenazo y la carencia de airbag ponían en peligro mi integridad física.

Llevo una semana con mi nuevo coche y el cambio de prestaciones me recuerda la escena de la película Odisea del espacio 2001 en la que un mono lanza hacia arriba un hueso que empieza a girar (música: Así habló Zaratustra) y que de repente se convierte en un boli que flota en un espacio sin gravedad de una nave espacial (música: El Danubio azul). He pasado de la música envolvente y trágica del Amanecer de Richard Strauss a la suavidad del vals de Johann Strauss. Bajo las notas de tarirorarí tarí tarí,... me desplazo en un coche con dirección asistida, climatizador, airbag delanteros y laterales, una caja de cambios suave en la que entra la quinta marcha, un acelerador que acelera y unos frenos ABS.

Cambié la tecnología alemana por la japonesa: mi nuevo compañero de viaje es un Toyota Corolla. Mis compañeros de trabajo me hacen bromas sobre la marca porque hace años escribí algo bastante irónico sobre un propietario de un Toyota, al que apodábamos El toyoto. No creo que la marca me vuelva tan necia como a él, cruzo los dedos.

En honor al halcón milenario he conservado el mismo color, el blanco y espero que me acompañe también durante otros tres lustros, pero con mejor salud mecánica que el golf.

Lula

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