Pontejos
Hay muchos Madriles, el de Azca con sus altos rascacielos, el señorial Barrio de Salamanca, el mestizo de Lavapiés, el rosa de Chueca, el cheli de Vallecas, y muchos más, pero entre todos ellos me quedo con el centro, el kilómetro 0. Muy cerca del centro de España se encuentra la plaza del Marqués viudo de Pontejos, y en ella la catedral de la mercería: Pontejos.
Pontejos, con un indiscutible aire galdosiano, me
evoca imágenes de la época de Fortunata y Jacinta.
Las dos rivales en lo sentimental, disputándose a Juanito Santa
Cruz, también debieron competir por el turno para ser despachadas
por un mancebo. Las veo comprando cosas diferentes. Jacinta, muy
refinada, más inclinada a adquirir materiales para el adorno de
la casa como los bodoques. Fortunata, más vulgar y coqueta, comprando
abalorios para su adorno personal.
Siempre que piso sus suelos lo hago con el respeto de pisar sobre
las huellas del pasado.
Hoy ante la escasez de mercerías en los barrios madrileños, las mujeres vamos en peregrinación a Pontejos a buscar ese botón, aquella cremallera, una tira bordada, una hebilla, unas asas para un bolso, unas cuentas para un collar, un kit de petit point para las largas tardes de invierno, un hilo de perlé, tal vez unos de mouliné, y, por qué no, unas lentejuelas. Todo, absolutamente todo lo relacionado con la costura se encuentra en Pontejos, y si no lo tienen es que se ha dejado de fabricar.
La tienda tiene una planta en forma de "L"; con dos fachadas, una a la plaza del Marques viudo de Pontejos y la otra a la calle del Correo. Los techos son altos, de unos cinco metros; de las inmensas paredes cuelgan innumerables mercancías desde tiempos inmemoriales; los mostradores son de madera, desgastada por el paso de los años. Las muestras de los infinitos materiales de costura se encuentran agrupados por categorías en distintos mostradores: abalorios, botones- hebillas, hilos-cremalleras, material de costura, labores de punto de cruz... Cada uno de estos mostradores está atendido por mancebos especializados que visten una clásica bata azul cobalto de mozo de almacén, que en algunos casos contrasta con signos externos de modernidad como el rapado del cráneo, los tatuajes o los múltiples pearcing.
El público femenino abarrota la tienda, mujeres de todas las edades se disputan la vez. Salvo en el mostrador de los abalorios en el que existe expendedor de turno, en el resto de los mostradores atienden según el turno que negocian las clientas. El conflicto surge cuando las ancianitas de pelo blanco azulado se cuelan con total descaro y se vuelven agresivas si intentas afearles su actitud. El tiempo no es oro en Pontejos, las prisas las debes dejar atrás cuando atraviesas sus puertas. Para comprar unos botones, una cremallera y una tira bordada, tendrás que esperar el turno de tres mostradores y luchar contra la tercera edad a brazo partido.
Los cambios que ha sufrido el comercio pasaron de lado por esta tienda. No existen ordenadores, ni códigos de barras, ni siquiera caja registradora. Cada dependiente es portador de un talonario amarillo para apuntar sus ventas, que anota por triplicado, recortando una parte para el cliente, otra para el control de caja, quedándose en el lomo del talonario el registro de todo lo vendido. Los más codiciosos recuentan cada poco los números de su talonario, calculando simultáneamente su comisión. Me imagino la paciencia y meticulosidad del contable, que de forma manual debe llevar al día las comisiones de los dependientes.
Pontejos es sin duda un buen negocio, con un público devoto al que no le importa desplazarse ex profeso y esperar con paciencia su turno porque sabe que siempre encontrará lo que busca y a un buen precio, y, en cualquier caso, siempre puedes entretener la espera releyendo a Galdós.
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