Plata laboral

El 1 de agosto de 1980 me levanté a las seis de la mañana, tomé un autobús hacia el corazón financiero de Madrid y atravesé a las 6:55 el vestíbulo del edificio Iberia Mart I. Vestía falda y unos tacones de media altura que resbalaban por el rugoso suelo de pizarra de la entrada. Caminaba entre emocionada y nerviosa con la ilusión de los veintipocos años al iniciar un camino profesional. Desconocía entonces que era mi primer día de esclavitud como asalariada.

Terminé la carrera de Informática en plena transición política de la dictadura a la democracia. No se encontraba trabajo fácilmente debido a una profunda crisis económica. Un día descubrí un anuncio en prensa que pedía informáticos o telecos para trabajar con microprocesadores. En el año 1980 empezaba a extenderse su uso en varias aplicaciones tanto industriales como de comunicaciones. Fueron los microprocesadores los que me salvaron de un aburrido destino programando los host de IBM a golpe de transacciones COBOL-CICS y de una prometedora carrera en la informática de gestión. Pero el fascinante mundo de los microprocesadores escondía una pequeña sorpresa como los huevos Kinder: se consideraba como parte del salario la motivación del trabajo por lo que el sueldo solía ser lo mínimo que exigía la ley. Así, con un salario minimalista, me incorporé a un trabajo con inmensas posibilidades para aprender en una empresa de Telecomunicaciones e Informática.

Al llegar a la empresa que me había contratado me encontré con tres chicos en las mismas circunstancias que yo. Uno de ellos vestía de riguroso traje con corbata y los otros dos llevaban una indumentaria más informal, sobre todo uno de ellos que calzaba sandalias y portaba zurrón en bandolera(1). Tres de nosotros estábamos destinados en Madrid por dedicarnos al Software y el del atuendo más desenfadado, después del curso de formación, se trasladaría a la fábrica de Málaga para desarrollar Hardware.

Nos recibió el jefe de proyecto en mangas de camisa. Aparentaba cincuenta años pero más tarde supimos que tenía treinta y tantos(2). Tenía una apariencia afable y tímida, que escondía cierta propensión a ir a lo suyo como demostraría más adelante cuando el proyecto llegó a su fin. De esa manera me encontré formando parte de un proyecto que desarrollaba un sistema operativo en tiempo real para un conmutador de paquetes de datos.

Durante la mañana fuimos conociendo a nuestros nuevos compañeros del proyecto, que una vez que nos saludaron nos ignoraron por completo. El resto del equipo vestía también informalmente y nuestro colega trajeado empezó a percibir que estaba fuera de contexto. Al día siguiente insistió en la formalidad del traje pero al tercer día desistió(3), realizando ciertas concesiones como abandonar el uso de la corbata y la chaqueta aunque mantenía la elegancia en los pantalones, camisas, polos de marca y calzado(4), que le diferenciaba del resto del equipo.

El plan de formación consistía en estudiarse un tocho de documentación a modo de autoaprendizaje y un curso de una hora al día que nos daba el jefe de Software sobre el sistema operativo. Los colegas más antiguos estaban muy ocupados en sus tareas y no tenían tiempo para nosotros. Los nuevos sufrimos nuestra primera crisis de: No soy capaz, no sabré hacer este trabajo, me despedirán antes del periodo de prueba, etc. Una vez que toqué fondo de la crisis, en vez de seguir escarbando en la profunda sima de la depresión me puse a escarbar en la papelera donde dejaban los listados obsoletos de los programas que realizaban los veteranos(5). Con sorpresa descubrí el listado de la librería de rutinas generales, una auténtica joya de algoritmos ingeniosos. De esta manera remonté la crisis y seguí en el proyecto hasta el año 1984 en el que cambié de ciudad por razones familiares y por tanto de trabajo.

Solo guardo buenos recuerdos de aquel proyecto(6) y la amistad de los que nos estrenamos en el mundo laboral de los asalariados el mismo día. Nos reunimos de vez en cuando con otros colegas del equipo y no paramos de decir tonterías y reírnos durante todo el rato como si el tiempo no hubiera pasado por nosotros. Pero haciendo cuentas, el 1 de agosto de 2005 fueron nuestras bodas de plata laborales y desde aquí les mando un beso muy fuerte a mis amigos que el destino puso en mi camino hace veinticinco años.

Lula

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(1) La ventaja de los trabajos de innovación es que se admite cierta libertad en la vestimenta, seguramente porque se trabaja en mazmorras y no te enseñan a los clientes y en parte también por el salario que ni da para Zara
(2) La reacción de todos fue como la de Santo Tomás: si no vemos su carné de identidad no nos lo creeremos
( 3) Desistió o resucitó al mundo real de los descamisados innovadores
(4) Sebago, of course
(5) En esa época no existían las redes de área local para los equipos de desarrollo. Eran estaciones de trabajo independientes. ¡¡¡La única manera de hackear era en la papelera!!!!. Cada uno guardaba sus programas en disquetes flexibles de 5 pulgadas y hasta un año después no dispusimos de una red de area local que compartía un disco comun de ¡¡¡¡¡ 1 Mega!!!!!
(6) Lo malos, que los hubo, los he olvidado