¡Nunca iremos a Almendrales!

Todos sabemos lo importante que es tener palabra para mantenerla contra viento y marea, demostrar que somos personas con criterio, aplomo, seguridad y a fin de cuentas, de fiar. Los castellanos nos sentimos orgullosos de tenerla y de allí viene el dicho de sostenella y no enmendalla(1). Esta actitud tan poco proclive a la negociación, ha traído a lo largo de la historia de España más disgustos que satisfacciones, pero la honra está por encima de todo, incluso de los barcos(2).

Como buena españolita y castellana de pro, siempre he tenido a gala mi palabra, pero la cruda realidad me dio la oportunidad de ponerme en mi sitio y afrontar con humildad que no soy nadie.

Rondaba el año 94, habíamos finalizado un proyecto de telecomunicaciones de los que se hacían antes(3) y estábamos en el momento del despliegue por todo el territorio nacional. Se había seleccionado a dos multinacionales, una española y otra francesa, para realizar los trabajos de implantación. Como responsable de una parte del proyecto y con la ayuda de mi equipo, generé una profusa documentación para realizar la transferencia de conocimiento a los instaladores.

La multinacional española pretendió que en su primera instalación estuviera presente el equipo de desarrollo, pero blandiendo los tochos de documentación que habíamos generado, cual D. Quijote ante los molinos, les conminé a que hicieran su trabajo solos ya que por ello cobraban un pastón. Como buenos y aguerridos españoles, cogieron el toro por los cuernos y se pusieron manos a la obra con unos resultados más que satisfactorios.

La multinacional francesa comenzó los trabajos más tarde y pretendió lo mismo que la española: que le hiciéramos su trabajo. Crecida por mi éxito ante la multinacional española, cuando me pidieron ayuda por teléfono para la instalación de Almendrales les dije:
- No es necesaria nuestra ayuda, no van a tener ningún problema porque la documentación es muy detallada y la otra compañía instaladora ya ha realizado varios trabajos sin precisar nuestro apoyo.
Cuando colgué el teléfono le dije a mis colegas que estaban presentes en la conversación: ¡Nunca iremos a Almendrales!.

Pasaron 10 minutos y sonó de nuevo el teléfono, era mi director, que sin entrar en más preámbulos me espetó:
- Vete ahora mismo a Almendrales.
Empecé a explicarle que lo que querían era que les hiciéramos su trabajo y ellos sólo poner el cazo y cobrar; que a la otra compañía instaladora no se le había ayudado a pesar de haberlo solicitado; que eso era injusto, injusto, injusto y que yo no me podía desdecir de mi palabra. Como única contestación a mi soflama pude escuchar:
- Sí, sí, vale., vete ahora mismo a Almendrales y llévate a quien quieras para que te ayude.

Sentí la humillación como una punzada, pero cuando me repuse me entró la risa y le dije a mis colegas: ¿quién se viene conmigo a Almendrales?.

Desde entonces, la frase de "¡Nunca iremos a Almendrales!" entró a formar parte en la mitología del proyecto. Cuando alguien tomaba una postura muy rígida, se oía una voz por lo bajo nunca iremos a. y la discusión desembocaba en una sonora carcajada.

Lula

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(1) La palabra, se entiende. También se suele decir mantenella y no enmendalla.
(2) España, La Reina y yo, preferimos antes honra sin barcos y no barcos sin honra. El Almirante D. Casto Méndez Núñez dixit.
(3) De los de miles de millones de las antiguas pesetas.