Ministros sin burbujas
Mucho oímos hablar últimamente del precio de la vivienda, después de todo no tiene nada de raro: los partidos políticos, los clubes de fútbol y hasta los concesionarios de Mercedes están "copados" por personas relacionadas con la construcción.
Los triunfadores de hoy son aquéllos que se hacen a sí mismos y fastidian a los demás. Qué mejor ejemplo que alguien que se hace rico a sí mismo doblando su capital cada vez que lo invierte, y que deja a su alrededor un rastro de "los demás" con la lengua fuera, a los que consigue arrancar toda su capacidad de ahorro de los próximos 30 años, y que encima se sienten agradecidos. Deberíamos sustituir la fuente de Cibeles por el monumento al constructor, además, así los aficionados del Real Madrid se sentirían más identificados cuando fueran a celebrar sus victorias. Quizá se debería hacer lo mismo con la fuente de Neptuno para que los atléticos no se sintieran menospreciados.
Las palabras que escuchamos sobre el tema no siempre se pronuncian en este sentido, sino que suelen provenir de mentes estrechas y malintencionadas, que pretender enarbolar los ánimos de otras mentes igualmente estrechas con actitudes populistas y sin fundamento. Afortunadamente los españoles estamos gobernados por mentes mejor dotadas que saben ver más allá de lo evidente; no sólo la subida de precio de la vivienda es una muestra del progreso de nuestro país y del buen hacer de nuestros gobernantes; sino que, en sí, es la mejor manera de mantener un crecimiento sostenido de nuestra economía. Analicemos si no sus implicaciones:
Contribuye al aumento del producto interior bruto, el mero hecho de colocar un ladrillo sobre un trozo de tierra multiplica por cuatro su valor. Yo propongo que las viviendas de protección pública dejen de tener un precio máximo para que pasen a tener un precio mínimo. ¿Qué sentido tiene que los pobres posean cosas valiosas? Esto sólo puede contribuir a rebajar su valor, es preferible que estas viviendas permanezcan vacías, aumentando el PIB y reduciendo las tensiones en la oferta que podrían provocar.
Fomenta el consumo y equilibra la balanza de pagos, los españolitos que tienen el privilegio (pues no puede definirse de otra manera) de estar pagando una vivienda, simplemente no pueden consumir más, y mucho menos plantearse adquirir artículos de importación que no sea algún juguete chino para las ocasiones. A esto hay que añadir las viviendas que adquieren los futuros jubilados europeos, lo que además de los ingresos actuales nos garantiza sus pensiones futuras.
Permite financiar nuestros Ayuntamientos sin subir los impuestos, bien es cierto que nueve de cada diez euros que se mueven en el negocio no caen en las arcas públicas, pero esto es un simple problema de puntería; porque es igualmente cierto que estos nueve euros suelen caer muy cerca. Queda, pues, claro que si alguien cercano a un cargo público se enriquece por una extraña recalificación de terrenos, es fruto del azar y en ningún caso debemos ver en ello algo oscuro o vergonzoso.
También es cierto que las capacidades de ahorro y de consumo de los españoles ya están prácticamente agotadas, y aquí es donde hay que admitir que los que hablan de burbujas pudieran tener una cierta razón, pero una vez más las mentes preclaras de nuestros gobernantes han acudido en nuestro auxilio: la entrada masiva de inmigrantes que quieren adquirir también su vivienda permite mantener vivo el "círculo virtuoso inmobiliario" (llamado por personas maledicientes círculo especulativo).
Una siguiente vuelta de este círculo podría parecer insostenible, una vez hipotecados todos los habitantes del país, sólo los constructores podrían mantener su capacidad de consumo. En el despiece de una ternera, por ejemplo, habría mercado sólo para la cola y el solomillo, no es que la clase media aporte mucho a un país, ¡pero alguien tiene que comerse el resto de la vaca!. Como es dudoso que este problema pudiera resolverse con ingeniería genética y como quiera que los constructores no van a tener los suficientes perros para comerse el lomo de todas las vacas, habrá que recurrir a soluciones más ingeniosas. Podríamos crear, por ejemplo, la figura del emigrante inmobiliario, aquél que sale al extranjero y que envía sus ingresos para pagar su vivienda. Y como último recurso siempre se podría repatriar a los inmigrantes propietarios y derruir sus casas, lo cual permite dar otra vuelta a este círculo.
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