El mercadilloEn plena globalización, con las múltiples ofertas de venta por Internet, las grandes superficies o las tiendas de Zara, existe un tipo de comercio, bastante mas cerca de la edad media que de la actual, que sigue cosechando grandes éxitos entre el segmento femenino de la sociedad (+ del 50% de la población), allí donde se instale y sin necesidades de marketing. Me refiero al mercadillo. No sé el origen de la atracción fatal de la mujer hacia el mercadillo, pero esos puestos de venta ambulante que colocan en los pueblos o en los barrios periféricos de las grandes ciudades atraen a multitud de mujeres de todas las edades con el ansia de encontrar "algo" que no se sabe muy bien qué es. Toda mujer que se precie, independientemente de su edad, condición social y cultura que vislumbre en la lejanía una hilera de puestos cubiertos con toldos, tendrá que hacer grandes esfuerzos para no dirigirse hacia ellos, aunque no tenga intención de comprar nada. Es tal vez el deseo infantil de encontrar un tesoro, de ver algo que ha pasado desapercibido para las demás, de sentirnos capaces de realizar proezas que quedan fuera del alcance de nuestras congéneres... tal vez es autoafirmación el querer demostrar que somos capaces de comprar duros a pesetas. En las cenas de matrimonios o parejas en las que la parte masculina se polariza en un extremo de la mesa y la femenina se aglutina en el contrario, cuando las mujeres son conocidas de antiguo pero no llegan a ser amigas íntimas, es muy socorrida la conversación de lo barato que se compran las cosas. Es el momento en el que la vanidad nos lleva a la exageración, explayándonos con nuestras sorprendentes adquisiciones. Es paradójico que mujeres con patrimonios millonarios (en euros) se jacten de haberse comprado unas sandalias por 6 euros(1), y mueran antes de confesar con sinceridad cuanto cuestan los zapatos que llevan puestos. En España, la venta ambulante está controlada en su mayoría por la raza calé, ya que el oficio encaja con su forma de vivir y la sociedad no les ofrece demasiadas oportunidades diferentes de ganarse la vida. Es bien sabido que una de las leyes de la raza gitana, no sé si en vigor(2), es la de engañar al payo. Este ansia inexplicable nos lleva a las mujeres, poseedoras de sentido común(3), a una pérdida de realidad al confiar que el mercadillo ofrece las mejores oportunidades. Generalmente las cosas que compramos, salvo raras excepciones, encogen, destiñen, se deshilachan, les salen pelotillas y lo que es peor: el día que lo estrenas te encuentras a todas las mujeres con la misma prenda a la vez que observas que están horrorosas. En ese momento te asalta la duda de si a ti también te sienta tan mal como a ellas y tu autoestima empieza a flaquear. Confieso que soy adicta al mercadillo y que he transmitido a mis dos hijas esta debilidad. Y lo que es peor, también a mi hijo que no tenía propensión natural hacia ello. Menos mal que mi marido ha quedado fuera del alcance de mi influencia, seguramente harto de que le destiñan, se deshilachen y le salgan pelotillas a los polos deportivos de marca apócrifa que le compro. Más relatos de Lula, pulsar aquí versión blog aquí (1) Por ese precio, por mucho que
nos quiera el gitano, no pueden ser más que de plástico.
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