Los perezosos

Una de las muchas aportaciones de la cultura judeo-cristiana será calificar a la pereza, como vicio, más concretamente de "pecado capital". Durante siglos se asegurará que la pereza es "la madre de todos los vicios" y se propugnará como remedio: "contra pereza diligencia".

Pese a ello, ignorando anatemas y remedios, los perezosos comenzaron a proliferar de tal suerte que hubo necesidad de clasificarlos. Una de las más simples diferenciaciones establecía dos amplios grupos: a los que llenaban de contenido su ocio se les denominó perezosos listos a los que no perezosos tontos. No es preciso aclarar que estos últimos, son, desde entonces, el grupo más numeroso.

El perezoso listo

Del grupo de perezosos listos existen curiosos ejemplos. Uno de ellos -luego le pondremos apellido- era un chico inteligente, tan fácilmente predispuesto a la evasión, que podía, en cualquier momento iniciar, desde el "puerto" de su pupitre escolar, un fantástico viaje, en busca de esos maravillosos tesoros que están esperando a los adolescentes en la rada de cualquier isla de un mar cualquiera.

Un buen día su maestro cansado de su habitual pereza, le castigó a escribir una redacción sobre el tema: ¿Qué es la pereza?.

A la mañana siguiente, antes de iniciarse la clase, el maestro le preguntó: Robert, ¿Cuántas páginas te ha ocupado la redacción?. Tres, exclamó sonriendo nuestro particular perezoso. Lleno de satisfacción el profesor toma el cuaderno y contempla con asombro lo siguiente: en la primera página solamente había escrito la palabra: ESTO; en la segunda: ES y en la tercera página: PEREZA .

Este especial alumno que años más tarde, corregida su adolescente pereza, escribiría páginas de gloria para la Microbiología, se llamaba: Robert Koch.

Robert era, no cabe duda, un perfecto perezoso para lo rutinario, pero no para lo vocacional. Era en suma el prototipo del "perezoso listo"

El perezoso tonto

Desgraciadamente lo que más abunda entre nuestra fauna humana son los perezosos tontos. Es fácil encontrarlos en los más diversos lugares: el taller, la oficina, el bar de la esquina, subido al andamio, etc.

En un primer momento, el perezoso tonto camufla su condición con un calificativo que no le disgusta del todo: listillo.

Es un personaje que en un primer momento llega a caer simpático. Su especialidad es tratar de "escurrir el bulto". Y lo hace utilizando unos argumentos que en nuestro país tienen una larga tradición: ¡¡ a mí me engañaran en el sueldo, pero no en el trabajo!!.

Es fácil reconocerlo. Suele ponerse enfermo en el momento oportuno - balance de fin de año, situaciones de acúmulo de trabajo, aumento de enfermería, etc.-, y cuando se le encarga una determinada gestión suele utilizar una expresión que le caracteriza y que ayuda a identificarle:

¿Por qué precisamente lo tengo que hacer yo?

Si queréis ver a uno de estos ejemplares en plena acción (es un decir) acercaros a la ventanilla de cualquier oficina, pero sobre todo en las de la Administración Pública. Con un poco de suerte podréis observarle en su habitual y patológica lentitud de movimientos, en su minucioso examen del "anverso y reversos de los papeles dispersos" -como diría Gerardo Diego-, en la ausencia del menor gesto de interés por su trabajo.

Cuando creáis—la esperanza es lo último que se pierde—que está próxima la solución de vuestro asunto, el perezoso tonto, mascullando una inaudible excusa, coloca el cartel de "fuera de servicio" y desaparece. Al cabo de un buen rato y sin acusar el menor gesto de preocupación reaparece en la . Es, en cierta forma, la versión moderna del protagonista del "vuelva Ud. mañana" de nuestro inolvidable Mariano José de Larra.

Solo es posible verle abandonando su habitual pereza, minutos antes de que finalice la jornada laboral. Tras haber realizado una prolongada visita a los servicios, sitúa sus pertenencias al alcance de la mano, tensa los músculos y espera el "pistoletazo de salida". Cuando el reloj avisa, nuestro personaje se lanza a la puerta batiendo records de velocidad y atropellando al que se le cruza.

La vida laboral del perezoso tonto es muy corta. Muy pronto sus bromas van dejando de hacer gracia, su habilidad para descargar sus obligaciones en el compañero más generoso se agota y acaba "conociéndole" hasta la señora de la limpieza.

 

Miguel Arribas

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