Los Oficios II
Para no ser menos que Lula, ahí van los puestos de trabajo de explotación infantil de mis "educadores", los Padres Salesianos .
En este caso, los puestos se ocupaban de forma voluntaria:
El campanero: Encargado, como su propio nombre indica, de tocar la campana para dar por finalizado el recreo (ya había evolucionado, electronificándose al timbre en mis tiempos, pero no pasaron a denominarlo el "timbrero" por lo de la tradición, tan cara a la iglesia católica). Lo ejercía Antonio López-Vázquez, alias "el gordo", sobrino nada menos que de José Luis López-Vázquez, con respaldo en caso de baja de Félix, "el gato", amigo del gordo, en lo cual ya se demostraba un temprano aprendizaje de ese tan español afán de colocar a los allegados.
Los fuenteros: Su misión era impedir que la gente bebiese agua de las doce fuentecillas que había, en el justo momento en que el gordo apretaba el timbre. Así la tropa infantil no se demoraba para formar y desfilar por cursos y alturas hacia las aulas. El algoritmo era tan efectivo como contundente: cuando el campanero tiraba para el timbre, cada fuentero se aprestaba a su fuentecilla y levantaba los nudillos a la espera de atizar en el microsegundo siguiente al comienzo del sonido un buen capón al pobre desgraciado que estuviese bebiendo agua en este fatídico momento. Era emocionante beber agua de la fuentecilla con el fuentero preparado para atizarte.
Los escultores: iban los sábados por la mañana a hacer figuritas de yeso de la Virgen sin contraprestación económica ni de ningún otro tipo. Naturalmente, el precio de venta no era nulo en la librería del colegio donde vendían las figuritas de escayola de la Virgen a precios desmesurados. Sí, los trabajos manuales consistían en pintar escayolas de la Virgen, que se podían adquirir en la librería del colegio. No, no valían las de las librerías cercanas al colegio. Es lo bueno de los monopolios, que impones tú las reglas.
Los basureros: Se les entregaba un carné con una pequeña zona del patio marcada, de cuya limpieza eran responsables. La denominación oficial era "Responsable de limpieza" o algo así, con lo que ya había un cierto aprendizaje del lenguaje políticamente correcto. Siempre tenían escasez de basureros y tuvieron, en un momento dado, que abandonar la idea.
La policía de Don Juan: Detenían a aquellos que se peleaban, tiraban papeles, pegaban balonazos o cualquier otro comportamiento "fuera de sitio". Se te detenía entre varios indicándote lo de "quedas detenido en nombre de Don Juan" sin leerte los derechos y de forma inmediata se te llevaba a su presencia, en donde eras juzgado, condenado y ejecutada la sentencia ipso-facto (es de reconocer que era una justicia mucho más eficiente que la española). Yo mismo fui llevado a Don Juan entre cuatro fornidos policías de bachillerato al observar éstos como enseñaba orgulloso a mis compañeros una navajita regalo de mi tía en el patio y que me fue confiscada por el gran inquisidor. En primavera su trabajo era duro, ya que el jardín del patio tenía nada menos que moreras y los gusanos de seda no se conforman con la lechuga, salvo que ya llevasen varios días de ayuno involuntario. La verdad es que no sé para qué estaba el jardín, ya que nunca se podía pasar a él, ni en primavera, ni en el resto de estaciones, pero bueno, luego ya de mayor observa uno que no son cosas tan raras ni tan inusuales.
Los espías de Don Juan: Estos eran los mejores. Vigilaban discretamente el comportamiento moral del alumnado y tenían encargadas misiones especiales(1) Una de ellas fue asegurarse de que no existía comercio de los cromos que sacó TVE en 1973 para que los menores colaborásemos en reducir el déficit del ente, ya que nuestros amos consideraron que dicha colección era objeto de escándalo público y depravación de menores, al salir Mayra Gómez-Kemp con escote, esto es, sin cuello alto, que no mostrando el canalillo. Don Juan les entregaba un taco de cromos de TVE para que los utilizase como anzuelo para cazar a delincuentes, procedimiento que yo creo que tenía prohibido hasta la policía franquista de verdad. Como ya se sabía la cosa, que la delincuencia para sobrevivir siempre ha de ir un paso por delante de la ley, cuando los espías te llegaban diciendo bajito mirando a un lado y a otro, lo de "¿Cambias cromos de televisión?", sacando los cromos anzuelo, inmediatamente reaccionabas sujetando entre varios compañeros al estupa, mientras indicabas "Quedas detenido en nombre de Don Juan", llevando al pobre Secreta entre pellizcos y capones a la presencia del amo y señor, sabiendo ya por las quejas del interfecto que Don Juan decretaría su suelta al ser uno de sus esbirros, pero no sin pagar su precio en moratones aplicados en el camino a la prefecturía. La labor de los cuerpos de Seguridad siempre ha sido ingrata y arriesgada.
Sí es verdad que todo esto ha sido útil en la vida. Cuando me tocó servir a la patria en la milicia, me parecía volver a la infancia, sólo que los militares eran más bonachones y comprensivos, pareciéndome que la disciplina estaba relajada en exceso. Si algún día hay que pasar por el talego, no creo que sea excesivamente traumático, salvo que me equivoque con el que intenta pasar droga y a hostias le lleve ante el funcionario, ganándome la animadversión de los narcos.
Al clero, cuando son pequeñitos, ¿les pegan sus papás?
Bueno, y ya que estamos de recuerdos infantiles, no me puedo aguantar el contar los juicios de Don Domingo, el profesor que tuve en tercero y cuarto de básica. A este hombre se le ocurrió una tarde organizar un juicio a los habladores de la clase. Eligió a ocho habladores habituales entre los que me contaba y nos sentó en el banquillo, consistente en unos cuantos pupitres puestos en la tarima. Nombró un alguacil, un abogado y un fiscal (mi compañero de pupitre) y estableció una serie de castigos que iban desde un par de reglazos(2) en la mano hasta la pena máxima: una nota a tus padres, pena que fue aplicada al pobrecito de Julio "La jirafa" ante su llanto desconsolado, mientras pedía clemencia poniendo la mano para recibir los reglazos que fuese menester. Es conveniente hacer constar que en aquellos tiempos menos políticamente correctos y más realistas, el castigo físico era considerado como el más benigno de todos, de común acuerdo por parte tanto del verdugo, como de la víctima.
Bien, los testigos llamados por el fiscal iban pasando a declarar jurando solemnemente con la mano puesta en el catecismo decir toda la verdad y nada más que la verdad. Cuando llegó mi turno, el abogado dio un discurso, que la verdad, era poco convincente (el abogado era el pelota de la clase, así que con esos mimbres...), y ya me veía yo con la nota a mis padres. Tocóle el turno al fiscal, empezó a llamar a los testigos de mi dicharachero comportamiento en el aula, y ahí sí que se puso fea la cosa, pero para el fiscal.
Los pobres testigos, asustados de la gravedad del pecado de perjurio, contestaron la verdad: que hablaba por los codos, y mayormente con el fiscal. Después de un par de testigos, el juez no tuvo más remedio que actuar y cambiar al fiscal mandando al banquillo de los acusados a mi compañero de pupitre. Yo, cuando metieron a Barrionuevo y a Roldán en la cárcel, la verdad, tampoco me extrañé mucho. Es lo bueno de tener una educación como Dios manda.
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(1) Famosa fue la resolución del caso de los grisites, azulejos enanos que se utilizaban para los trabajos manuales y que un par de alumnos decidieron agenciarse arrancándolos del mosaico de D. Bosco, el líder espiritual de la congregación. Al exhibir el trofeo en el patio fueron detectados por la Secreta y juzgados y condenados.
(2) Don Domingo no aplicaba los reglazos él en persona, sino que elegíamos democráticamente entre todos al verdugo entre nuestros compañeros para que a lo largo del curso se encargase de esta tarea. El criterio era seleccionar alguien que pegase bien, en un justo equilibrio entre los newton aplicados (ni excesivos, ni pocos, un acuerdo razonable entre patronal y sindicatos) y con buena puntería, ya que un reglazo mal dado duele más que aquel que se aplica directamente cubriendo toda la palma y en los castigos no ha de aplicarse saña ni exceso.