Los famosos
Hace años, cuando se hablaba de un famoso, nos remitíamos a un célebre personaje de la historia o alguien que, desde la ciencia, la política, el arte, la religión, etc., había hecho méritos más que suficientes para alcanzar el premio Nobel, el grado de doctor honoris causae, ocupar un sillón en alguna Academia, ganar un premio literario o una estatuilla de los Oscar.
Por el contrario, cuando hoy hablamos de un famoso, una inmensa mayoría pensará en ese nuevo personaje de la fauna humana de nuestros días—el famoso o la famosa —que no se ha hecho acreedor a tan honroso título en virtud, precisamente, por alguno de los méritos que reseñábamos más arriba.
Los personajes que hoy en día son llamados, injustamente, famosos, lo son gracias a sus frecuentes apariciones en las portadas de las revistas del corazón, a sus escándalos de pareja, a sus "sonadas" separaciones, a los exhibicionismos en la cubierta de una lujosa embarcación de recreo o a sus supuestas proezas sexuales
Claro que también se puede llegar a "famoso" arruinando la vida a modestos ahorradores, defraudando a la Seguridad Social, a la Hacienda estatal o municipal, etc.
Cuando en el pasado sucedía algún escándalo de este tipo, eran inmediatamente clasificados de "materia reservada" y se trataba por todos los medios de ocultarlos.
Hoy, por el contrario, los detalles más vergonzantes de estos especimenes de nuestra fauna humana son aireados desde las pantallas de la televisión o las páginas de las llamadas "revistas del corazón", que ha encontrado en ello a la "gallina de los huevos de oro".
De jalear el escándalo se encargará un singular grupo mediático formado por una serie de heterogéneos personajes, alguno de los cuales asegura ser periodista—flaco favor al digno y serio periodismo—que se afanan en buscar y propalar las más sórdidas facetas biográficas de estos "famosos".
Y ello se hace a través de ciertos programas-basura que tienen una puesta en escena que recuerda a los antiguos aquelarres: reunidos en semicírculo delante de las cámaras de televisión y dirigidos por un maestro de ceremonias, se dedican, durante horas, a destripar al famoso con lenguaje de "dos rombos".
Lo más sorprendente es que en numerosas ocasiones es el propio "famoso" el que acude al espectáculo voluntariamente (¿) y asiste, sin inmutarse a la disección de los detalles más íntimos del escándalo.
Claro está, que su voluntariedad está convenientemente estimulada por un abultado sobre con un buen número de esos billetes de 500 euros que hasta hace poco -léase Marbella- nadie había visto "pero que existir, existían".
Cuando el famoso y el grupo mediático se han exprimido mutuamente y existe el riesgo de aburrir al personal, se trae a escena a un grupo de curiosos y variopintos personajillos de su entorno—ex parejas, ex niñeras, familiares más o menos lejanos—que a cambio de otro sobre, lógicamente menos abultado, cuentan lo que no está dicho.
Lo que desvela el personajillo tendrá que ser debidamente contestado por el famoso y así se monta la noria del curioso espectáculo que se ha creado en torno a este singular representante de la fauna humana de nuestros días.
Es de justicia señalar que la vida cotidiana de estos personajes sufren (¿) algunas incomodidades: la puerta de su casa está generalmente vigiladas por una nube de fotógrafos y aspirantes a reporteros que a lo largo de las 24 horas del día, le acechan, le persiguen allá donde vayan y le fotografían allá donde se encuentran.
Pero todo ello está convenientemente pactado y revistas, cadenas de televisión, periodistas y reporteros viven en una permanente "simbiosis" con esos representantes de la fauna humana de nuestros días que al autocalificarse de "famosos" han "descafeinado" el auténtico significado de este término.
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