Las potencias del alma

Hace unos días tuve la desafortunada ocurrencia de abrir el tomo XXXV del Espasa por la página 541, y pude leer lo siguiente:

Cuéntase de Mitrídates que hablaba veintidós lenguas y recordaba el nombre de todos sus soldados, Séneca retenía millares de palabras sin ilación alguna y las recitaba al instante en orden alfabético, Ben Johnson podía repetir todo cuanto había escrito y mucho de lo que había dicho en su vida y un tal Scaliger logró aprenderse la Iliada y la Odisea en tres semanas y el resto de los poetas griegos en tan sólo tres meses.

Abrumadores alardes de memoria, que al compararlos con mis dificultades para recordar nombres, números telefónicos, fechas de cumpleaños y sobre todo la fecha del aniversario de mi boda, me alarmaron hasta el punto de sentir la necesidad de un urgente autodiagnóstico neuropsiquiátrico.

La evaluación, afortunadamente, no reveló trastorno grave alguno -teniendo en cuenta mi edad geriátrica- pero intranquilo por el tema, busqué un autor, experto en asunto tan complejo como es la memoria, una de aquellas potencias del alma, que junto al entendimiento y voluntad, estudiábamos, siendo niños, en el Catecismo del Padre Ripalda.

Escogí - nadie más autorizado- a Aristóteles y las páginas de su obra más significativa, De memoria et reminiscencia:

La memoria es una facultad la cual, en cuanto espontáneamente pone en la mente lo pasado, recibe el nombre de mnéme o memoria y en cuanto hace esto mismo por medio de la investigación de la razón, se llama anamnesis o reminiscencia.
La imaginación se distingue de la memoria por cuanto ésta última supone la intervención de un sensible común, el tiempo, que nos conduce a una continuidad vivida o a imágenes-copias de experiencias anteriores.

Tras la lectura de esta parrafada filosófica me encontré sensiblemente peor que tras la consulta al Espasa. Y es que percibí, aterrorizado, que la lectura de los altos conceptos aristotélicos, añadía a mis problemas de memoria, algunas dudas sobre mi entendimiento.

Cómo sólo me restaba una de las potencias del alma -la voluntad- y esta parecía, de momento, no presentaba carencias, hice uso de ella: guarde raudo el texto de Aristóteles, cerré, con determinación el voluminoso Espasa y me tomé un comprimido efervescente de un complejo vitamínico-mineral, esperando el milagro.

Miguel Arribas

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