La vida con una mano

Llevo la recuperación de la fractura de Colles de mi muñeca derecha como una condena. Al lastre de la escayola que actúa como el grillete que me priva de mi libertad, hay que añadir las reflexiones que se me han ido acumulando entre tanta frustración e incapacidad.

Con una sola mano no puedes ni conducir, ni cocinar, ni comprar con la tarjeta, ni efectuar ninguna operación que precise firma, ni realizar las tareas del hogar, ni comer carne, ni mariscos(1), ni siquiera anudarte los zapatos o pintarte una raya en el párpado. En estas fechas Navideñas en las que hay que atender a tantas actividades estar incapacitada es frustrante.

La Nochebuena, sentada en un sofá con la mano derecha descansando en un cojín veía reflejada en un espejo una escena familiar en la cocina. Perfectamente organizados y relajados, todos los miembros de la familia, estaban haciendo lo que suelo hacer yo generalmente con prisas y derrochando estrés. En ese momento fui consciente de que estoy de más, que están mejor sin mí.

Es una satisfacción verles tan autónomos pero me escuece un poco ser tan prescindible. Hace seis años me pasó lo mismo en la vida laboral y ahora tomo conciencia de lo familiar. Creo que me podría ir a comprar jamón de York y no se darían cuenta de mi ausencia. No somos nadie. Tal vez sea mejor así.

Lula

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(1) Me han contado el caso de un alcalde de Cádiz que era manco pero les ganaba a los que tenían dos manos pelando las gambas.