La Torre de Babel
De todas las maldiciones bíblicas, la más terrible es la de ganarás el pan con el sudor de tu frente, pero le sigue muy de cerca el castigo Divino de la Torre de Babel con la confusión de lenguas. A veces, ambas maldiciones se conjuran para reforzar la penitencia en este valle de lágrimas que es el mundo global. Prueba de ello son los proyectos de ámbito internacional, que en este continente llamamos proyectos europeos, en los que se conjugan trabajo e idiomas.
Para evitar la confusión de lenguas, se utiliza la lengua inglesa, cual esperanto natural, para que todos nos entendamos. Pero cuando no se aprende el inglés en una edad temprana, durante toda la vida se arrastra una carencia que no se supera ni con los mejores profesores, ni con dedicación, ni con estudio, ni con todas estas cosas juntas. Después de una vida entregada al aprendizaje del idioma, es patético que cuando te preguntan algo sólo salgan de tu boca balbuceos tales como aaah, but, uuuh, but, aaah,… Porque una cosa es leer y escribir en este idioma y otra muy diferente es mantener una conversación fluida.
Paradójicamente, los españoles, portugueses e italianos que hablando despacio en nuestros idiomas nativos nos entendemos bastante bien, nos empeñamos en hablar en Inglés. Más complicado lo tienen los alemanes, porque, aunque se expliquen casi deletreando sólo los entiende otro compatriota. Pero la confusión de lenguas es total cuando en la conversación interviene un británico, que habla a la velocidad de rayo y no pierde ni un segundo en intentar interpretar el inglés macarrónico de los que no somos anglosajones.
Me solivianta que los hijos de la Gran Bretaña no tengan que aprender un segundo idioma para desenvolverse en este mundo global, todo gracias a que gestionaron más pragmáticamente el imperio que los españoles. De nada sirvió que en 1492 Nebrija escribiera una gramática castellana adelantándose a los tiempos, ellos nos sacaron carrerilla con el comercio. Una vez más, el triunfo de las letras de cambio frente a las letras impresas.
En momentos de desesperación y aunque el imperialismo vaya en contra de todos mis principios, me imagino un mundo con un imperio español en el que nunca se pone el sol y que el inglés sólo lo hablan unos nativos de una isla perdida en el Mar del Norte.
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