La prueba de la rana
Hay muchas formas de ejecutar la prueba de la rana. Este animalito tan escurridizo, ruidoso y saltarín ha sido objeto de prueba en muy distintos entornos. Vamos a ver tres ejemplos distintos para realizar finalmente una reflexión en toda regla.
El primero de ellos se encuadra en el mundo de los cuentos, donde una princesita gentil era sometida a la prueba de la rana que consistía en besar un batracio parlanchín que decía ser un príncipe encantado. La verdad es que la princesita no arriesgaba mucho, salvo que alguien que la viese sospechara que practicaba la zoofila, pero ya se sabe que la prensa trata con mucha discreción a las familias reales. Sorprendentemente, después del ósculo se deshizo el encantamiento y surgió un hermoso príncipe. Claro que esto ocurrió en el mundo de los cuentos y el CSI nunca lo admitiría como prueba, tendría que pasar a ser un expediente –X para el agente Fox Mulder.
Otra famosa prueba de la rana ha sido por antonomasia la prueba del embarazo. No se sabe si el origen de esta prueba es el resultado del beso de la princesita a la rana y las consecuencias tras la transformación en bello príncipe con sus atributos varoniles. El caso es que antes de que se extendiese el uso del predictor, no había otra forma de saber si una mujer estaba en estado de buena esperanza. Esta prueba era acatada por el cuerpo médico sin ninguna sombra de duda.
Esta semana, blogueando, encontré
el tercer caso de prueba de la rana en un
cometario realizado por Consultor
anónimo sobre un post titulado Diez
buenas razones para contratar discapacitados. La metáfora
versaba sobre la capacidad de percibir el cambio y hablaba
del siguiente experimento para cocer una rana:
Si tenemos una marmita de agua hirviendo e introducimos una
rana, esta reaccionará dando un salto y escapará
de una muerte segura. Sin embargo, si introducimos una rana
en una marmita de agua fría y vamos aumentando la temperatura
de forma imperceptible, la rana no lo notará y terminara
más que escaldada, cocida.
Vistos los tres casos de prueba, pasemos a la reflexión. El primer test de la rana se basa en fiarse de lo sobrenatural, el segundo en la prueba científica y el tercero, el más terrible, en la confianza bobalicona en el entorno. Se puede consentir ser crédulo, se debe intentar ser rigurosamente científico pero lo que no se puede permitir es ser insensible a los cambios del entorno.
Vivir despreocupado, sin temor
a lo que nos rodea, en una actitud aburguesada y lejos
de la paranoia propia del instinto de supervivencia lleva
a la extinción. No se puede considerar el cambio como
algo negativo, sin cambio no hay progreso, pero no todos los
cambios implican un avance hacia el bien común de la
sociedad. Hay que estar preparados y buscar sensores para
detectar los cambios del entorno y vislumbrar lo bueno o malo
que entrañan. Se debe hacer frente a los cambios que
solo benefician a unos pocos, pero sobre todo hay que estar
muy atentos a la mano que calienta el caldero y sustituirla(1)
por otra si no sabe mantener las condiciones idóneas
para el conjunto de la sociedad.
Otra postura de supervivencia es el rechazo frontal al cambio,
sirva como ejemplo la Iglesia Católica, Apostólica
y Romana, que lleva 2000 años de existencia agazapada
en el inmovilismo, y sobrevive.
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(1) En
los países democráticos cada cuatro años