La ladilla
En el mundo laboral, fiel reflejo de la naturaleza, también existe la ladilla. Esta variedad de parásito se acopla en las partes más íntimas de su superior inmediato, acompañándolo allí donde éste fuera. Como todo parásito, carece de autonomía para su subsistencia y precisa alimentarse del ser en el que se aloja. De él obtendrá las prebendas, los sobres y el trato de favor. No todas las ladillas tienen las mismas motivaciones para ejercer su función. En un extremo tenemos a las que llegan por el camino de la incompetencia y en el otro a las que lo alcanzan por la vía de la ambición.
El incompetente, una vez que descubre que no es capaz de hacer nada a derechas y su fama empieza a trascender, no tiene más remedio que buscar refugio y protección permanente, instalándose como ladilla en su jefe, permaneciéndole fiel mientras que el cargo dure. Esta ladilla no es contagiosa, salvo que se vea en la necesidad de buscar otro refugio. Su valor añadido es escaso, las misiones que se le encomiendan son las mínimas dada su naturaleza multiplicadora de problemas como los panes y los peces del evangelio. Sin embrago, tendrá una capacidad casi infinita de reír los chistes al jefe, si éste tuviera sentido del humor, o tenerle al tanto de todos los cotilleos de la empresa.
El ambicioso, no puede esperar a recoger los frutos de su trabajo cuando estos estén maduros. Su impaciencia hace que atroche por un camino más corto, a pesar de poseer autonomía en el ecosistema laboral para subsistir. Es pues un parásito motivado más por interés que por la necesidad, pero al final, víctima de la ambición, este interés se trocará en necesidad. Esta ladilla, dotada de inteligencia, además de reír los chistes de su jefe es capaz de entretenerlo con los suyos. También puede desarrollar un trabajo con bastante solvencia a la vez que trae y lleva los chismes que sean menester. Pero lo bueno no dura siempre, esta ladilla lleva escrita en la frente la traición: abandonará a su jefe en cuanto encuentre otro mejor. Es por tanto una variedad de ladilla contagiosa porque aprovechará las relaciones más íntimas de su inmediato superior para dar el salto.
Los jefes están encantados con sus ladillas porque, al contrario que en la Naturaleza, en el ecosistema laboral es un síntoma de distinción social. No se conoce el caso de que sientan ninguna molestia, ni que hayan intentado eliminarlas, simplemente porque no los consideran parásitos, sino sus más estrechos colaboradores. El motivo de esta ceguera se llama vanidad, que actúa como unas gafas que filtran los intereses más interesados a la vez que refuerzan la autoestima y el ego de los jefes.
Cuando los que mandan pierden su condición de poder quedan libres de ladillas, sintiendo un gran vacío más que un descanso. En esos momentos de soledad, la reflexión hace que la vanidad se desvanezca y que empiecen a vislumbrar que esa fauna laboral que los rodeaba constantemente no eran más que parásitos de su cargo. Lo más terrible es su ego hendido por el rayo de la verdad, que les muestra tal como son: unos sosos que no tienen amigos.
Aunque se tiene tendencia a despreciar a las ladillas, no hay que olvidar que realizan una función social: aportan autoestima y compañía a los jefes, mientras estos lo son, lo que se traduce en bienestar para el resto de los colaboradores.
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