El gran pecado español: la impaciencia
De siempre, los españoles hemos considerado que nuestro defecto nacional por excelencia es la envidia, contemplando a este pecado capital como un patrimonio nacional más que comparte el altar de las esencias patrias con el ajo, la paella y el cabreo.
No acabo de estar de acuerdo con esa entronización de la envidia como signo por excelencia de españolidad. Gran parte de los países de nuestro entorno comparten dichos rasgos y se consideran a sí mismos como grandes envidiosos, por lo que el "hecho diferencial" hay que buscarlo en otros defectos.
En mi opinión, el español se caracteriza especialmente por su impaciencia, raíz de otros defectillos hispánicos, así como de parte de nuestras virtudes, que nunca lo malo lo es del todo, ni lo bueno llega a serlo en su plena extensión.
Frases tan españolas como "Tanta mariconada y tanta hostia...", "Esto lo arreglaba yo rápido...", "Nos vamos a tirar aquí hasta el año del juicio...", "Apartaos, dejadme a mí", "Abrevia, que no tengo todo el día", "¿Cómo va lo mío?" ,"Con estos tíos no hay que andarse con tantas contemplaciones", "con dos cojones", son bien indicativas de cómo nos la gastamos. El español se exaspera ante las colas, pretende que todo problema quede resuelto en menos de lo que canta un gallo, cabreándose ante la supuesta incompetencia ajena para responder con celeridad a sus demandas(1).
Las gestas y los dramas guerreros patrios son también fruto de la impaciencia. Mientras que los anglosajones mataban indios para quedarse las tierras y cultivarlas pacientemente, los conquistadores españoles, mataban también indios, pero se dejaban de mariconadas e iban directamente en busca del oro y la plata, viendo como bastante más expedito y eficiente localizar El Dorado o el tesoro de los Incas que andar plantando patatas, que para eso, se queda uno en Castilla segando el trigo y dando de comer a los gorrinos. Nuestra guerra civil bien puede considerarse un atajo para no perder tiempo en tonterías y zarandajas de discusiones parlamentarias entre bandos irreconciliables. Como bien indicaba un compañero vasco que tuve: "Para qué vamos a discutir, si nos podemos dar de hostias directamente". No se entienda con esto que el español es violento de natural, o más violento que el resto de la humanidad, nada más es que no es dado a perder el tiempo y si hay que fostiarse, pues no perdamos tiempo y vamos de una vez "per feina(2)"
La impaciencia española muestra su cara eficiente en la gran productividad del bar español, donde el protocolo de petición de consumiciones:
Habitual en el resto del planeta: | En España se sustituye por un eficiente |
- Buenos días, caballero, ¿qué desea? - Buenos días, nos sirve tres cañas de cerveza y una ración de bravas, si hace el favor - Aquí tienen sus bebidas, caballeros - Muchas gracias, nos dice cuánto es? - Cinco euros - Aquí tiene, que pase buen día - Igualmente, señores, hasta la próxima |
(Movimiento de cabeza desafiante del camarero) - Tres cañas y una de bravas - Marchando - Cinco euros - Talogo (movimiento de cabeza hacia los siguientes parroquianos) |
¡Cuan sabio hubiera sido dejar en manos de españoles la especificación de protocolos de comunicaciones!. Esta eficiencia se considera por parte de pueblos con protocolos menos eficientes como una falta de educación. Nada más alejado de la realidad, ni el camarero pretende ofender al cliente, ni este al camarero, nada más se pretende evitar que a los 30 segundos el parroquiano se queje con un "¿Qué pasa con esas cañas, macho? ¡que estamos secos!".
En su lado chungo, la impaciencia española implica un desprecio absoluto hacia el método y la sistemática, tan caros a los pueblos anglosajones. En España cualquier cosa hecha con método se considera lenta y un español que se precie buscará cómo cargarse la metodología para ahorrar pasos y acabar cuanto antes. Frases como "Pues hacemos las pruebas según vamos desarrollando cada módulo", "Ya haremos la documentación después", "Mucho tiempo planificado para corregir errores, si lo hacéis con cuidado, no habrá errores y podemos reducir este mes, incluso no hace falta ni hacer pruebas", "Déjate de burocracias, que necesito a los recursos ya mañana, me los traes y ya haremos la oferta", que dejarían los pelos como escarpias a un teutón, son moneda común en el territorio patrio.
En el amor, como en el trabajo y la guerra, el español (y la española, lógicamente, vamos a evitarnos lo de los vascos y las vascas) muestra también su impaciencia. Las largas relaciones de amistad mezclada con amor y los matrimonios basados en respeto mutuo y una baja dosis de amor/odio son muy propios de europeos del norte, pero demasiado lentos para el alma española. Los cortejos a la española rara vez se alargan en exceso, pecando más del "aquí te pillo y aquí te mato" que de excesiva prudencia. Los estragos del tiempo que en el Reino Unido convierten a la pareja en una unidad económica sin mayores lazos afectivos, en España tornan el amor en odio, pero no en indiferencia, que sería perder el tiempo.
Las aficiones, la forma de entender los negocios, el trabajo y la admiración hacia personajes está también teñida en España de impaciencia. ¿No es verdad que es propio de guiris lo de los barcos metidos en botellas de cristal? ¿Quién hace puzzles en España?. ¿Alguien en este país invierte pensando en tener un negocio sólido a los diez o quince años? ¿Qué español no se considera a los dos años de ejercer un trabajo que ya lo sabe todo y debería ascender de forma rápida?. Nadie admirará realmente a un científico o un empresario que con método, paciencia y tiempo haya conseguido algún logro, ya que como todo buen español sabe "Nos ha jodío, así no tiene mérito". Los ascensos sociales fulgurantes, los milagros de gestión y los pelotazos como Dios manda sí son en España algo a admirar y enseñar a los niños diciendo lo de "Fíjate, aprende, hace dos días, era un matao".
En fin, que esto es lo que hay, para bien y para mal. Al menos nuestra impaciencia nos permite ser los mejores en improvisar y en resolver problemas cuando requieren acciones rápidas y dejarse de mariconadas y zarandajas. O sea, que cuando necesite que me construyan una central nuclear, o un sistema de navegación aeronáutica, que casi lo pido en Alemania o Dinamarca.
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(1) Como es lógico, la inconsistencia mediterránea obliga a no considerarse sujeto a las mismas obligaciones que se considera rigen para el resto de la humanidad.
(2) Expresión en catalán que indica lo de que bueno, vamos a dejarnos ya de andar por las ramas y venga, al tajo.