var mensaje = '© redactores de www.seccionfemenina.com, para difundir este texto contacta con seccionfemenina@tiscali.es';
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if (((document.all) && (event.button == 2)) ||
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var i,j=d.MM_p.length,a=MM_preloadImages.arguments; for(i=0; i<a.length; i++)
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var mensaje = '© redactores de www.seccionfemenina.com, para difundir este texto contacta con seccionfemenina@tiscali.es';
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var mensaje = '© redactores de www.seccionfemenina.com, para difundir este texto contacta con seccionfemenina@tiscali.es';
function click(e) {
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alert(mensaje);
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La foto
El otro día, estando en un lugar encantador llamado
La Tertulia, le pedí a mi marido que me hiciese una foto,
a lo que se negó a pesar de mi insistencia -que fue mucha-. Este
suceso me recordó un episodio de mi infancia, muy similar pero en
este caso era mi hermana en vez de mi marido la que me negó el capricho.
Tenía yo siete años y estaba en el internado con
mi única hermana, cuatro años mayor que yo. Había venido un fotógrafo
para hacer unas fotos oficiales y las monjas permitieron que las
que quisieran hacerse fotos, a título personal, podrían hacérselas.
Aunque era consciente de que no había sido agraciada con los dones
de la belleza, quise hacerme una foto con la esperanza de salir
aceptable. La verdad es que mi optimismo era mucho, ya que por aquel
entonces era un amasijo de huesos cubiertos por una piel cetrina
y áspera, con las rodillas como un Santo Cristo(1) en las que iban
apilándose las pústulas de mis sucesivas caídas, la cabeza rematada
con un pelo marrón grisáceo, sin brillo, que llevaba corto con un
flequillo a media frente(2). De aquella época sólo recuerdo que
destacaban unos ojos expresivos que llevaba siempre muy abiertos
para no perder detalle. Con el ansia de hacerme la foto, busqué
a mi hermana para que me la pagase, ya que ella administraba el
dinero de las dos, pero se negó en redondo. De nada sirvió mi insistencia,
que derivó en llanto silencioso para pasar a otro más estruendoso,
pero su corazón era insensible a mis súplicas.
Allí quedé en el pasillo, mohína, entre un mar de
llanto que se confundía con los mocos que empezaban a brotar de
mi nariz, abandonada por mi hermana que se marchó aburrida de oír
mis lamentos. De esta guisa, cual dolorosa con siete puñales atravesados
en mi corazón de siete años, me encontró el fotógrafo y el hombre,
de buen corazón, me preguntó qué me pasaba. No podía articular las
palabras, que salían entrecortadas entre el hipo del llanto y la
emoción de que alguien se interesase por mí. Cuando conseguí explicarle
el motivo de mi desdicha, el hombre me limpió los mocos, me sentó
en el alféizar de una ventana, me colocó las manos sobre las rodillas
y me fotografió. Conservo como oro en paño la foto de este buen
samaritano, en la que se aprecia al fondo una gran ventana con rejas
y en el alféizar una niña sentada con un uniforme oscuro, una camisa
blanca, un flequillo a media frente y unos ojos vidriosos por el
llanto pero con una media sonrisa por la satisfacción de lograr
un deseo, algo parecido al arco iris.
Ese día conocí, a tan temprana edad, la tiranía de
los que impiden que se hagan realidad los deseos de los otros, imponiendo
su criterio con excusas convencionales, pero también descubrí que
existen personas a las que les gusta ayudar a los demás para alcanzar
sus anhelos. Desde aquel día decidí ser del segundo grupo.
Para los que sentan curiosidad por la foto, sólo
tienen que pasar el ratón por la cortina....
Lula
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e-mail de contacto: seccionfemenina@gmail.com
(1) Esta expresión me la decía mucho mi madre.
(2) No llevaba gafas, por lo que no puedo decir que fuera como Betty
la fea.