La espera

En una reciente celebración de aniversario sentimental tuve que permanecer sola en la mesa del restaurante más de media hora hasta que apareció mi media naranja con una sonrisa en la boca. Como no domino las técnicas de la meditación trascendental, mientras aguardaba no dejaron de pasar por mi cabeza pensamientos que se iban cargando de electricidad estática, a punto de convertirse en rayos y centellas. Durante esta larga espera vi pasar mi vida como una película que se rebobina a toda velocidad, de la misma manera que cuentan los que estando muertos han vuelto milagrosamente a la vida. Todas las vivencias de situaciones de espera afloraron a mi memoria y las recogí para convertirlas en palabras.

Desde que comencé a salir(1) con mi hoy marido, quedábamos en un sitio neutro en el que tomar una caña para dar luego un largo paseo y hablar mientras caminábamos(2). Al principio, el punto neutral era la cervecería del Correo(3), sita en la calle Alcalá, enfrente del edificio de correos. El lugar era equidistante de la casa de nuestros padres y por tanto empleábamos el mismo tiempo en deslazarnos a él. Por regla general solía llegar yo antes que él a la cita, lo que dio lugar a que entablara amistad con los camareros, sobre todo con uno de ellos. Para amenizarme la espera, mi camarero favorito me ponía mi caña y la tapa a la que tenía derecho(4) . Una vez que me la había comido me iba añadiendo tapas adicionales, por cortesía suya más que de la casa, entre las que destacaban las gambas cocidas. Cuando llegaba el tardón no tenía que sermonearle ya que de ello se ocupaba mi querido camarero que le recriminaba hacer esperar a una chica como yo. Nunca fueron tan dulces y agradables mis esperas.

Como no todo dura siempre cambiamos el lugar de la cita a la cervecería de la cruz blanca de la calle Goya, donde la cerveza era y sigue siendo magnífica. Salí ganando en la distancia porque esta cervecería estaba mucho más cerca de casa de mi madre y se rompió el equilibrio a mi favor. Allí entablé amistad con otro camarero que conocía de coincidir con él en el metro y que me ponía mi caña nada más entrar por la puerta(5), esta vez sin aperitivo porque no es costumbre en la casa(6). El privilegio de ser atendida instantáneamente no estaba al alcance de cualquiera porque este local estaba siempre abarrotado y había cuarta fila hasta llegar a la barra. Allí, también solía ocurrir que llegaba yo antes, pero al estar más masificado el local no tenía camarero que recriminase la tardanza y tenía que hacerlo yo personalmente. Esto dio lugar al estadillo de los retrasos.

Mi forma de recriminar la tardanza no estaba encuadrada en la dulzura y la ternura, sino más bien en un adusto carácter castellano duro y seco. Mi contrario, hombre pragmático y como buen ingeniero muy dado a medir con rigor todo lo medible, inició un estadillo en el que apuntaba con una precisión de segundos las tardanzas de cada uno. Después de año y pico sus cálculos, que no dudo que fueran correctos, daban como resultado que ambos habíamos tardado lo mismo. El estadillo era la prueba irrefutable que se sacaba de la manga cada vez que llegaba tarde y me disponía a interpretar la escena de la ofensa del retraso.

Mi percepción, entiendo que relativa porque los datos del estadillo no la avalan, es que me he pasado la vida esperándole, pero en todos estos años hay dos cosas que se han mantenido inalterables. La primera es mi fe irracional en que llegará a su hora y la segunda es la sonrisa y cara de bueno que pone cuando llega tarde. Hay un refrán que dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y yo diría que las mujeres no tropezamos dos, lo hacemos infinitamente sobre la misma piedra. Sólo ha cambiado una cosa, como ya no fumo no puedo cantar lo de Saritísima: fumando espero al hombre que más quiero...

Lula

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(1) En aquel entonces lo de novio estaba muy denodado, se decía “salgo con fulanito”. Ahora la juventud es mucho más tradicional y ha vuelto a la palabra novio.
(2) El paseo era lo que más se ajustaba a nuestro exiguo presupuesto.
(3) Hoy tristemente desaparecida.
(4) Madrid es una ciudad donde a la consumición líquida le corresponde una tapa sólida. Esta regla no aplica por igual a España. Hay lugares donde la tapa se paga aparte como en Sevilla y sitios donde la tapa es abundante y generosa como en Almería y Granada.
(5) Después de muchos años sin ir a la cervecería, entré un día y alli estaba mi camarero que me reconoció y me puso mi caña al instante.
(6)Tiene un apartado para raciones que te pega unos sablazos de espanto. Allí son caras hasta las patatas fritas.