Hogar dulce hogar
Yo nunca quise comprar una casa, me parecía que era complicarse la vida, era mejor vivir de alquiler y cambiar a conveniencia, pero ocurrió que mi casero quiso vender el piso que me tenía arrendado y yo tuve que abandonarlo a su conveniencia y no a la mía. Así fue como decidí comprar mi propio piso y pude probar que mi teoría era cierta.
Cuando tras 10 años de ahorrar y 2 de buscar puse el pie en la que hoy es mi casa la reconocí al instante, "¡esta es!, la comunidad no es muy alta, le arreglo la cocina, hago un armario y ya está", luego resultó que la bañera de un baño estaba desconchada, la cisterna del otro estropeada y hacía viento aún con las ventanas cerradas, además había una derrama por la reparación de los tejados. En lugar de una obra hicimos dos en años sucesivos, la comunidad ha subido un 20 % y vamos por la tercera derrama.
Antes de entrar a vivir reformamos uno de los baños y la cocina. No me quejo, no tuvimos problemas graves, ni siquiera cosas chuscas como le pasó a una amiga que le conectaron la cisterna al agua caliente y todavía le decía el fontanero que así era más higiénico, sin reparar en el riesgo de colocar salva sea la parte en aquel volcán. Eso sí, recuerdo el sobresalto cuando vi en el contenedor de obra unos sanitarios color azul marino(1) y pensé que se habían equivocado de cuarto de baño, no eran míos pero es curioso cómo funciona el cerebro humano, alguién ve un contenedor de obra delante de su portal y se decide por la silla turca.
Como el presupuesto para obras inicial tenía que incluir el baño hubo que buscar un buen precio para los muebles de cocina, lo encontramos en una pequeña tienda en el barrio del Pilar a unos 30 minutos del metro tras unos descampados, no importa, nos gusta caminar. Lástima que las tres visitas que hicimos coincidieran con el monzón. Allí había un señor de lo más amable aunque un poco anticuado, cuando mi marido rechazó la tabla de planchar incorporada en el mueble de cocina porque le quedaba baja, defendió la cocina de gas frente a la eléctrica con una variada selección de platos y eligió el horno, el buen hombre me preguntó "Señora, y usted ¿qué hace?".
Sin embargo, no fue la obra del baño ni la de la cocina lo que perturbó nuestro espíritu. Tenía mi casa el salón y el pasillo solado, muy bien por cierto, con una piedra infame similar al marmol pero más porosa, tal era así que ostentaba una gran mancha en la entrada, era lo primero que veías al abrir la puerta. En el barrio había una tienda especializada y acordamos que vendría un marmolista a ver si tenía arreglo. Llegó el día D y a la hora H, y sonó el timbre del portero automático, "¿Quién es?" pregunté, "el marmolista" respondieron, "suba" añadí abriendo la puerta. No hemos sabido más de él, después de dos horas y ya hartos de esperar, llamamos a la tienda donde tampoco tenían noticias, quedaron de avisarnos para aclarar el asunto pero no lo hicieron. Durante meses pasé por el portal lo más pegada a la pared que podía no fuera a estar conectado con el Triángulo de las Bermudas y si cruzo por delante de la tienda aprieto el paso y miro de reojo, pero nunca veo a nadie.
Más relatos de Mabeco, pulsar aquí
e-mail de contacto: mabeco@ya.com
(1) Tengo un baño con los sanitarios azul marino, los azulejos beige y el suelo marrón. ¡OLE!