Historias de mercado
Desde hace un año compro en el mercado de Ventas. Empecé a comprar allí porque cerraron casi todos los puestos de la galería de alimentación que está cerca de mi casa en el mes de agosto y me tuve que buscar la vida. Esta búsqueda me llevó al mercado más bueno, bonito(1) y barato de Madrid.
Una vez que se compra en el mercado de Ventas se ven con escándalo los precios de otros establecimientos y lo que antes parecía gasto se percibe como derroche. En este mercado se mezclan todas las razas de todos los continentes y todas las clases sociales de Madrid. Entre tanta variedad también hay cantidad y el hacer cola pidiendo la vez es algo habitual para comprar en los puestos.
Siendo como soy de natural impaciente me viene muy bien este ejercicio de paciencia que intento complementar con una de las cosas que más me gusta: observar. Esta observación a veces se ve perturbada cuando mis ojos se posan en el cuerpo de bomberos, que también compra en este mercado. No hay cuerpo más fascinante que el de estos hombres valientes entrenados para salvarnos la vida en situaciones de peligro y a los que cedería gustosa mi turno si se diera la ocasión.
Pero además del cuerpo de bomberos me ha llamado la atención un par de clientas de este mercado que rompen moldes y que me gustaría glosar aquí. Ambas dos son octogenarias y tienen en común su amor por la vida canalizado por distintas vías.
Una de ellas es la abuelita taurina que conocí en la carnicería el pasado mes de mayo. Me sorprendió la conversación que estableció con el carnicero sobre la feria de San Isidro. Me pareció tan atinada y fundamentada su crítica taurina que metí baza en la conversación(2). Resultó que la abuelita iba TODAS las tardes a los toros con una entrada para jubilados. Ni la artrosis ni las muchedumbres ni el calor le mermaban fuerzas para tarde tras tarde dejarse caer por la Plaza de la Ventas del Espíritu Santo .
La otra es la abuelita gourmet, que encontré en la charcutería, comprando embutidos. Nada en su indumentaria denotaba su poderío económico a la hora de enfrentarse a la compra de embutidos. Primero pidió lomo ibérico del de bellota, diciendo "Hijo, que no tenga mucha sal", después pidió jamón ibérico pata negra insistiendo en que no fuera salado y añadiendo "hijo, pero no me lo cortes tan finito que luego no me sabe a nada". Se dejó 30 euros en el pedido y me dije, "llegará a centenaria con tan buena alimentación, pero los nietos o sobrinos no van a ver ni un euro".
Las tengo a ambas en un pedestal. Ya me gustaría llegar a su edad pudiendo ir a los toros todas las tardes de la Feria de San Isidro y que la pensión me permitiera comer sólo embutidos ibéricos, aunque tengan poca sal.
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(1) Lo de bonito es un decir, me ciega la falta de objetividad
(2) No es mi estilo meterme en las conversaciones, soy más de escucharlas con cierto disimulo