Los vagabundos

De la mala prensa que tiene ese representante de la fauna humana de nuestros días que es el vagabundo, es culpable, sin duda alguna, el haber metido en un mismo saco a vagabundos y vagantes .

Porque los que vemos hoy en las esquinas de nuestras calles o en los pasillos del Metro, envueltos en cartones y viejas mantas, no son vagabundos sino vagantes. Individuos asociales que representan, precisamente el polo opuesto del vagabundear y cuya conducta les sitúa, con frecuencia, al margen de la sociedad.

El auténtico vagabundo marcha sin rumbo de un lado a otro -hace camino al andar-, no tiene por horizonte las sucias paredes del Metro, sino los campos abiertos, las montañas, el cielo estrellado.

Se detiene en un lugar solamente el tiempo necesario para realizar un trabajo temporal y después "coge el hatillo" y sigue su peregrinaje.

Cuando en tus viajes por carretera te cruces con un personaje que camina por la cuneta con paso lento pero firme, piensa que detrás de estos ejemplares de nuestra fauna humana existe una larga y rica tradición.

En la Edad Media los vagabundos viajaban de pueblo en pueblo, viviendo de lo que se les daba y a cambio de ello, divertían a los pobres campesinos con fantásticos relatos, con trovas y canciones.

Durante siglos los vagabundos vivirán mezclados con un curioso mundo de nómadas, buhoneros, charlatanes, pero en medio de ellos siempre sabrán conservar sus señas de identidad.

La literatura universal -recordamos a Gorki- ha tomado al vagabundo cómo protagonista de muchas de sus creaciones.

Pero, desgraciadamente, en estos tiempos de prisas, de veloces automóviles, de autopistas sin horizontes, ya no hay lugar para el vagabundeo, para la contemplación detenida de la naturaleza que nos rodea.

Por ello os confieso que cuando las tres mil quinientas revoluciones de mi vehículo se cruzan con el lento y solitario caminar de un vagabundo, me regalo unos minutos de sueños de libertad.

 

Miguel Arribas

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