El urbanita
Imagen de Abbas Roshan, pintor hiperrealista.
Hace años existían en la mayoría de los colegios -me imagino que aún quedarán algunos- tres tipos de alumnos: internos, externos y mediopensionistas.
Los internos residían en el colegio, y sólo salían para ir a su pueblo en los períodos vacacionales, los externos, como es obvio, excepto en las horas de clase, vivían en sus casas y los mediopensionistas se diferenciaban únicamente de los externos en que se quedaban a comer en el colegio
Es una clasificación que, de alguna manera, guarda cierta analogía con la forma en que se distribuyen "topográficamente" los representantes de la fauna humana de nuestros días.
La gran mayoría viven internos en la ciudad, mientras que el grupo de externos , sensiblemente menos numeroso, es el de aquellos que por su situación o actividad -artistas, escritores, etc.- residen habitualmente en el campo y sólo van a la ciudad a resolver algún asunto o acudir a un determinado acto.
Y por último un grupo, cada día más amplio, que a semejanza de los alumnos mediopensionistas, deciden, salomónicamente, repartir su tiempo entre la ciudad y el campo.
Salen de su casa prácticamente al amanecer, pasan la jornada laboral en la ciudad y regresan muy avanzada la tarde, cuando no iniciada la noche, a su casa-chalet situada en cualquiera de las urbanizaciones que rodean a las grandes ciudades.
En todo tiempo y lugar han existido representantes de la Fauna Humana que han decidido voluntariamente ser internos o externos-mediopensionistas, o lo que es lo mismo elegir para vivir la ciudad o el campo.
Los entusiastas de la ciudad desoyendo a Virgilio, la poesía pastoril de Garcilaso de la Vega, o dando la espalda a los que buscan la felicidad que Fray Luis de León sugería en sus famosos versos -"que descansada vida la del que huye del mundanal ruido "-, optan de forma entusiasta por vivir "internos" en la gran urbe.
El urbanita soporta estoicamente las fachadas manchadas de grafittis, la delincuencia callejera, las avalanchas de indigentes, la vorágine del tráfico con su carga de stress y la excesiva contaminación atmosférica.
Es más el auténtico y genuino urbanita vive y se mueve como pez en el agua en ese caótico medio que combina a partes iguales: asfalto, humo y ruido.
Busca como compensación, la proximidad de los centros culturales, los numerosos restaurantes, teatros, salas cinematográficas, grandes almacenes, etc.
Cuando un representante de la fauna humana se declara oficialmente urbanita cualquier intento bienintencionado de llevarle a contactar con la naturaleza puede acarrearle un serio problema de salud
Conozco el "caso clínico" de una persona próxima -ya desgraciadamente desparecida- auténtico prototipo de urbanita para quién en la ciudad de Madrid existían, prácticamente dos calles: la que desde su casa en la calle Barquillo, le llevaba a la redacción del diario ABC en la calle Serrano- donde trabajaba como comentarista político- y otra que le acercaba al Círculo de Bellas Artes, donde tenía su habitual tertulia.
Un buen día su familia, decidió pasar el verano en San Lorenzo de El Escorial. Los primeros días transcurrieron con normalidad -terraza del Miranda, paseos por la próxima explanada del Monasterio, etc.- pero una desdichada tarde alguien propuso acercarse a los pinares de la Horizontal.
A los pocos minutos de estar sentado bajo un pino, rodeado del aire más puro, nuestro urbanita, presentó, bruscamente, un "síndrome de abstinencia" de ruído y humo que se acompañaba de síntomas claros de un acceso agudo de melancolía.
Trasladado urgentemente a Madrid, sólo comenzó a mostrar claros signos de recuperación, tras fumarse un cigarrillo y verse inmerso en el tráfico de la Gran Vía madrileña.
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