El lejías

Esta semana hablé con él por teléfono y sigue siendo el mismo aunque hayan pasado unos cuantos años. Lo conocí cuando era becario, un becario de los que no pasan desapercibidos. El mote se lo ganó a pulso por vestir unos pantalones vaqueros desgastados artificialmente con lejía. Pero no era el color de los vaqueros lo que más nos llamaba la atención a las chicas, sino lo increíblemente ceñidos que estaban sus pantalones a su anatomía. Algunas veces nos sorprendía con unos vaqueros-peto igualmente ajustados a su cuerpo y por supuesto de ese azul clarito forzado por la lejía.

Su carácter estaba marcado por un punto de salvajismo que en contadas ocasiones dejaba entrever y que las más veces se traducía en una postura valiente y atrevida ante la vida. No era dócil, pero una vez que manifestaba su opinión, si tenía que hacer algo lo hacía. Era de fiar y los jefes le apreciaban.

Su beca tuvo un paréntesis para hacer las prácticas de milicias a Cáceres. Su coronel era de las fuerzas especiales y le sometió a un entrenamiento digno de las SAS. En invierno regresó de cumplir con la patria bronceado, curtido por los aires extremeños, en mangas de camisa y luciendo pecho. Estábamos todas acostumbradas al aspecto nerd de los ingenieros y encontrarnos cara a cara con uno mitad bombero mitad legionario nos rompía los esquemas. El revuelo que causó a su regreso entre el sector femenino fue grande y no dejó fría a una de las socias que no paraba de llamarle a su despacho para cualquier cosa.

Era sorprendente su energía para el deporte y su capacidad para comer. Nadaba tan rápido y con tanto estruendo que nos apartábamos de su calle para que no nos arrollase. Respecto a la comida le vi zamparse quince albóndigas después de comerse un plato de lentejas lleno hasta el borde.

Teníamos el mismo jefe y la misma forma de ir de frente por la vida. Nos llevábamos muy bien y continuamos nuestra relación a través de los años. Con el tiempo hemos ido teniendo amigos comunes y hemos coincidido en sitios tan dispares como Sevilla o Santiago de Chile.

Se conserva divinamente con pelo (largo) y sin tripa. Le sigue gustando lucir cuerpazo aunque ha abandonado los vaqueros desgastados con lejía. Se parece mucho a un actor, pero no voy a decir cual para que cada uno haga uso de su imaginación.

Lula

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