El gestor astuto

 

Lucas (16 1-8)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Había una vez un hombre rico que tenía un administrador que fue denunciado como malversador de bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ¿Es cierto lo que oigo de ti? Dame cuenta de tu administración porque quedas despedido".

Entonces el administrador se puso a pensar: "¿Qué voy a hacer pues mi amo me quita la administración? Cavar ya no puedo, mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que haya quien me reciba en su casa, cuando no tenga la administración".

Llamó a todos los deudores de su Amo y preguntó al primero: "¿Cuánto le debes a mi amo?". Él respondió: "Cien barriles de aceite". El administrador le dijo: "Toma tu recibo, siéntate y escribe cincuenta". Luego preguntó al siguiente: "¿Y tú, cuánto debes?" Este respondió: "Cien sacos de trigo". El administrador le dijo: "Toma tu recibo y escribe ochenta".

El amo alabó al administrador infiel, porque había actuado con sagacidad. Pues los hijos del mundo son más sagaces en sus relaciones que los hijos de la luz.

Este extraño pasaje del evangelio según San Lucas siempre me sorprendió desde pequeña. A mi me parecía que el administrador era un ladrón y por muy sagaz que fuese no merecía elogio alguno. Debe ser que soy una hija de la luz, de mentalidad estrecha.

Cuando cometí el error de dejar el luminoso camino de la tecnología para adentrarme en las tinieblas de la gestión tuve ocasión de conocer a un gestor de este perfil que llevaba años manejándose en el proceloso camino de las oficinas de proyectos. Cínico hasta la médula, era tan consciente de la necesidad de gestores cuando las organizaciones alcanzan tamaños cancerígenos, como del escaso valor añadido que estos aportan.

La oficina de proyectos que él dirigía tenía un presupuesto enorme que controlaba de forma totalmente opaca a la hora de adjudicar los proyectos a los suministradores o de aceptarlos para su pago. Al hacerme cargo de una serie de proyectos gestionados por su oficina me vi inmersa en un mundo totalmente ajeno a los principios de la lógica y la ética.

Su gestión de puertas adentro se basaba en la armonía interna, la productividad y la competitividad. La armonía de su equipo la resolvía evitando conflictos internos y enfocando a sus colaboradores a pleitear contra los suministradores. Él se refería a este método de una manera muy gráfica: "que mis chicos meen para fuera". La productividad la mantenía "agitando la jaula de los pájaros"(1) de vez en cuando para que no se durmieran en los laureles y la competitividad la estimulaba a fuerza de elegir un favorito que iba cambiando regularmente.

Su política de puertas afuera también se basaba en la concordia. Los problemas de los proyectos se negociaban primero con él llevándole a comer a alguno de sus restaurantes favoritos y los detalles se remataban con sus colaboradores en el bar a fuerza de jamón ibérico o de gambas de Huelva. Si no se seguía este principio de pleitesía los proyectos entraban en crisis.

Cuando el gestor se vio afectado por un ERE por razón de edad no quería renunciar a su parcela de poder y se dijo para sí las mismas palabras que el administrador infiel del evangelio:

"¿Qué voy a hacer pues mi amo me quita la administración? Cavar ya no puedo, mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que haya quien me reciba en su casa, cuando no tenga la administración."

Y bien que lo debió hacer, porque al poco tiempo fue contratado como directivo de uno de los suministradores de su antigua empresa y con su política de suaves maneras fue incrementando la facturación de su nuevo amo a su antiguo dueño.

Así consiguió en esta tierra servir a dos señores y cobrar un sueldo de cada uno de ellos.

Lula

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(1) La reacción general de sus chicos en este caso era mear para fuera.