El divino impaciente
Contaba hace poco el profe que el pecado nacional es la impaciencia, aquí va una muestra de ello.
Sor Eufrosina era de Navarra y su mayor deseo era servir a Dios en las misiones e incluso morir mártir. Se había preparado concienzudamente y había aprendido varios idiomas, aparte del euskera(1) que era su lengua natal. Pero sus superioras en vez de enviarla a convertir infieles la destinaron a mi internado y eso le causaba bastante frustración.
Daba clase de francés, latín y ciencias naturales. Mi cruz con los idiomas empezó con ella. Hablaba atropelladamente, suya era la frase "bona si potonta no", que solía escupir como si fuera un aspersor de riego por saliva. Esta frase con el tiempo he hecho mía pero mejorando la pronunciación y cuidando de no soltar perdigones. Nos maliciábamos que el francés que nos enseñaba era de poco fiar. Ante la sospecha de aprender algo mal me cerré en banda con este idioma(2).
Tenía muy mal carácter y la mano muy larga. Solía ser arbitraria y descargaba su ira con cualquiera que se cruzara en su camino. Aprendimos a esquivarla y a sus espaldas la llamábamos La Fofo. Solíamos comentar la suerte que tenían los chinitos con que la hubieran dejado en España. Pero había algo que era difícil de eludir: su pasión por San Francisco Javier.
En clase de ciencias naturales venía algunos días con un LP. En cuanto lo veíamos temblábamos de terror. ¡NO! ¡OTRA VEZ NO! ¡PREFERIMOS APRENDERNOS LA CLASIFICACIÓN DE LOS INSECTOS! Pero ella no se inmutada ante el revuelo, sacaba rápidamente el disco de su funda y nos lo ponía en el tocadiscos. Por los altavoces salía por enésima vez la voz analógico-virtual de San Francisco Javier declamando los versos de "El divino impaciente":
¡y hay que hacer el bien deprisa,
que el mal no pierde un momento!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Las grandes resoluciones,
para su mejor acierto,
hay que tomarlas al paso
y hay que cumplirlas al vuelo(3)
No comprendí hasta que vi la Naranja mecánica la magnitud de la tortura. Después de ver la película entendí por qué nunca había leído a José María Pemán.
La impaciencia de Sor Eufrosina por intentar mostrar a unas niñas de doce años la conversión de San Francisco Javier por San Ignacio de Loyola arruinó sus propósitos de hacernos seguidoras de su ídolo.
Nunca he podido entender ese afán de servir a Dios atropellando a los demás.
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(1) En aquel entonces se llamaba vascuence.
(2) Cualquier excusa es válida antes que reconocer una incapacidad.
(3) Es difícil encontrar en Internet estos versos, aquí es posible encontrar algunos fragmentos (La página es muy larga y está casi al final)