El Corte Inglés y yo.
Soy de esas personas que odian las grandes superficies. Adoro las tiendas pequeñas y el trato personal. Por otro lado tampoco me gusta ir de compras y mucho menos cocinar. Todo un "bicho raro".
Un día, decidí hacer la compra por teléfono al Corte Inglés, me pareció una estupenda idea que me ahorraría tiempo para otras cosas. Una amable señorita recogió mi pedido y me aseguró que me lo enviarían enseguida. ¡Qué satisfecha me quedé de mí misma!
Llegó el pedido y comprobé que no faltaba nada; tras la propina se marchó el chico y yo, supersatisfecha mientras colocaba las compras, pensé que había descubierto la pólvora. Al llegar a la bolsa del pescado -por cierto, qué bien lo envuelven, dicho sea de paso- observo que dentro hay dos más. Sorprendida abrí las bolsas, ya que sólo había pedido lenguado de ración. Vaya, me dije, hay un error. Efectivamente: en una bolsa había lenguados y en la otra, algo que no supe qué era. Mi ignorancia culinaria es de grado sumo y en cuestiones de pescado más; pensé que era "rosada".
Mi primera idea, no lo voy a negar, fue callarme
y quedármelo, que hubiesen espabilado y total, pececito más o menos
no le iba a suponer nada al gigante comercial. Pero hete aquí que
saco "los lenguados" y al ir a enharinarlos para freírlos me llama
la atención lo delgadísimos que están, tan delgados que llamo a
mi marido para que los vea. Me miró atónito:
-¿Qué es esto? ¿Qué has pedido, mujer?
Lenguado, repetía yo como una posesa mientras miraba y remiraba
el esqueleto del lenguado que descansaba enharinado sobre el plato.
Pasmados buscamos la factura y efectivamente, ponía kilo y medio
de lenguados. Mi marido pesó la bolsa a bulto y dijo:
-¡Qué poca vergüenza! Esto no pesa ni 300 gramos.
Al ver el precio pagado por los escualos peces decidimos
devolverlos esa misma tarde ante el supuesto fraude. Sinceramente,
en el fondo de mi cerebro yo oía campanillas intentado hacerme recordar
algo, pero era tanta mi indignación que no me presté atención. Así
que nos comimos un sandwich mientras -sobre todo yo- despotricábamos
contra el Corte Ingles y mis buenas ideas. No eran ni las cuatro
de la tarde cuando entraba yo como una fiera en los grandes almacenes.
Otra amable señorita me escucha impertérrita y llama a un joven
señor que me mira de arriba abajo. Tanta rabia me da su mirada que
le suelto la bolsa de pescado en la mesa sin parar de refunfuñar
por lo bajini. Al llegarle el tufillo a la nariz se apresta
a escucharme. Yo, calmada por su atención, recupero la compostura
y el señorío. De nuevo repito la historia del pedido haciendo hincapié
en que parece un fraude, él asiente comprensivo con la cabeza pero
de sus labios no sale una sola palabra. Descuelga el teléfono y
llama a pescadería y, esta es la conversación que yo oigo:
- Hola, soy Gamez de reclamaciones. Sí......, una señora con lenguados,,,,,
Sí, de ración, ración ..... ya...las raspas por un lado y la carne
por otro, claro, claro.No sé...., ¿ lo entenderá? ......
En ese momento recordé la voz de mi madre entre campanillas: Nena, pídelos siempre de ración, las raspas para sopa y los lomos para freír. ¡Dios!, con razón oía campanillas, YO LO HABIA PEDIDO ASI. Tanta vergüenza sentí que cogí la bolsa al vuelo y salí corriendo de allí sin mirar atrás. Nunca más he comprado lenguado.
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