El censor
Si velar por "la moralidad y las buenas costumbres" era el objetivo de los censores de la Grecia de los filósofos y la Roma de los césares, a partir del siglo XV la censura va a extenderse en toda Europa hacia un medio de comunicación que comienza a tener desde el descubrimiento de Gutenberg una gran difusión: el libro.
Los nuevos censores aunque ya no tendrá la personalidad de un Aristófanes o de un Catón el Censor, -salvo contadas excepciones de las que más adelante nos ocuparemos- si conservarán la adustez e inflexibilidad de aquellos.
Y es que curiosamente y como una constante a lo largo de la historia, los censores serán, generalmente, personajes grises, funcionarios "funestos y nefastos", que por adular a la autoridad civil o religiosa, a la que sirven, "mirarán" a los autores de libros como personajes potencialmente peligrosos y analizarán inquisitorialmente el contenido de cada página.
Entre las excepciones a este tradicional perfil del censor queremos recordar a dos ilustres escritores que entre nosotros han ejercido la censura :
Gustavo Adolfo Bécquer y Camilo José Cela.
Si el popular poeta romántico ejerció, por motivos económicos, la censura de novelas a lo largo del período que va de 1865 a 1868, nuestro Premio Nobel lo hizo en los años posteriores a la finalización de nuestra guerra civil. Forzado, como Bécquer, por razones de simple subsistencia, Cela trabajó durante los años 1943 y 1944, censurando Revistas literarias, en la Sección de Información y Censura.
Salvando las ocasiones en las que la censura está justificada en aras de unos mínimos principios de respeto y de defensa de los menores, el censor o el hilo más o menos invisible que mueve su pluma, busca en definitiva silenciar pensamiento, opinión, expresión artística.
Víctimas, en su día, de la censura fueron autores y obras que hoy nos parecen tan "inofensivas" como: Por quien doblan las campanas de Hemingway, Dublinés de James Joyce, Sonata a Kreutzer de León Tolstoi, o Santuario y Las palmeras salvajes de William Faulkner, por hablar sólo de los foráneos.
A lo largo de los años al libro comienzan a sumársele nuevas modos de creación -teatro de vanguardia, cinematógrafo de arte y ensayo, videos, internet, etc.,etc. Y el censor tiene que añadir a los clásicos "útiles" inicialmente usados por los censores -pluma o sucedáneo- algunos tan sencillos como la tijera, la aguja y la cinta métrica, y otros no tan domésticos y más electrónicos. Si la pluma servirá para tachar textos o modificar diálogos cinematográficos que en la mayoría de los casos harán totalmente incomprensibles ciertas escenas -recuérdese Mogambo- la tijera servirá para recortar metros y metros de película, que contribuían a incrementar los esfuerzos de los espectadores para comprender el argumento.
Y en algunos casos con la cinta métrica en la mano el infatigable censor se subirá a los escenarios para con riguroso celo profesional medir la distancia que media entre el suelo y el borde inferior de la falda de la actriz. A alargarlas -mediante el oportuno suplement- y a cerrar los excesivos escotes de las exuberantes actrices, estarán reservadas hilo y aguja.
Desbordando lo anecdótico, la triste realidad es que los "poderes" por muy democráticos que sean se resisten a perder un elemento de control tan eficaz como es la censura. Por ello no extraña que cuando los intereses partidistas o electorales están en juego sientan la tentación de utilizarla. La única diferencia con los países autoritarios o dictatoriales -China, Cuba, Corea del Norte, Birmania, etc.- consistirá en la forma más sutil de ejercerla.
Son tristes realidades que nos advierten, en definitiva, que Catón el Censor no ha "muerto".
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