El Balduque
Dentro de mi frenética actividad en la promoción de la Sociedad de la Información, con una tendencia antinatural a digitalizarlo todo, siempre me han sorprendido los Expedientes Administrativos, archivados en sus carpetas de cartón verde oscuro y atados y bien atados con balduque -para el que no esté familiarizado con la Administración, aclararé que es una cinta de tela roja con la que se hace un lacito para cerrar la carpeta que contiene el expediente-. Este nombre me pareció tan sugerente que lo entregué a la iniciativa la palabra del día(1) para buscar su etimología. Y resultó provenir de Bois-le-Duc, que es la traducción al francés de Hertogenbosch(2) , ciudad holandesa donde se tejían estas cintas. Una vez conocido el dato y ajustándome más a mi intuición femenina que al rigor histórico, paso a describir el origen de esta cinta carmesí.
El origen del balduque data de cuando reinaba Felipe II -en cuyos dominios no se ponía el sol-, el cual inició el esplendor de la actividad funcionarial al anotar escrupulosamente todas sus decisiones de gobierno, lo que dio lugar a la intocable casta de los funcionarios, vigente hasta nuestros días. Por ello nunca he comprendido por qué es más popular el Sr. Moscoso que este monarca, que debiera ser patrón y luz de todo funcionario que se precie de conocer la Historia.
Nuestro monarca -no en vano llamado El Prudente- se tomaba su tiempo en adoptar resoluciones, que a veces tardaban varios lustros en ver la luz. Pero las idas y venidas hasta que esa luz llegaba eran escrupulosamente anotadas por los muchos y muy aplicados escribientes; de esta manera, los expedientes empezaron a adquirir un volumen inmanejable por lo que se hacía necesario archivarlos entre cartones y atarlos con una cinta. Naturalmente, este hecho disparó la demanda de cintas, por lo que se convocó un Concurso Administrativo para proveer material burocrático. Una vez examinadas las distintas plicas, resultó agraciada la ciudad de Hertogenbosch que ofertó una cinta roja, arriesgándose con tan atrevido color ya que de todos era conocido el gusto del monarca por la sobriedad del negro. Con esta concesión, se dio lugar a un nuevo monopolio dentro de un mercado global como era en aquel momento el Imperio Español(3) . Mucho se habló en la corte de si el secretario del rey, Antonio Pérez, se había hecho una casita(4) con cierta comisión por interceder a favor de los flamencos. Finalmente, duró tanto la concesión o fueron de tanta calidad estas cintas que adquirieron el nombre de la localidad de la que procedían, pero en su acepción francesa que queda como más elegante. Ni que decir tiene que el nombre se mantiene hasta nuestros días.
Hasta la fecha los informáticos no hemos sido capaces de digitalizar el balduque. Lo más parecido es la función de abrir y cerrar fichero, pero se tiene que perfeccionar más. Por eso, cuando vayáis a cualquier ventanilla de la Administración a solicitar un expediente, exigid que esté debidamente archivado en una carpeta verde oscuro y atado con una hermosa cinta roja de balduque. Si no es así, rechazadlo por apócrifo.
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(1) La palabra del día fue una iniciativa
culta y cuajada de humor que consistía en encontrar palabras de
poco uso, buscar su significado y aplicarlo a un hecho cotidiano
mediante una cultísima y barroca frase. Esta actividad era, más
que digna de elogio, encomiable, ya que estaba encuadrada en un
ambiente eminentemente técnico de ingenieros un poco rudos en cuestión
de Humanidades. Pero como siempre hay excepciones, algunos gozaban
de una prosa digna del Siglo de Oro.
(2) En esta ciudad nació, vivió y murió uno de los pintores más
grandes de todos los tiempos: El Bosco. Las malas lenguas dicen
que nunca salió de esta urbe ni para ir a Amberes, que queda bastante
cerca.
(3) Como se puede observar, se confiaba más en el monopolio que
en la libre incompetencia. Perdón, competencia.
(4) La Casa de Antonio Pérez estaba situada en la calle Santa Isabel,
detrás del antiguo hospital de San Carlos, actual sede del Colegio
de Médicos de Madrid.