El anticlerical
La fe religiosa permite clasificar a los representantes de la fauna humana de nuestros días en múltiples variantes. Puestas en una escala de mayor a menor, o de menor a mayor, dependiendo de donde se sitúe religiosamente cada uno, podríamos resumirla en: beatos-creyentes practicantes-creyentes no practicantes-agnósticos y ateos.
Pero hay una variante que tiene difícil encaje en esta simple escala, quizás porque guarde una relación más directa con el clero que con la fe religiosa-- si es que esta distinción es posible: los anticlericales
Algunos individuos de esta especie eran conocidos, en el lenguaje del siglo XIX, como librepensadores.
Son personajes que tienen una larguísima tradición, llena, a veces, de tintes dramáticos y otras transformadas en relatos rebosantes de gracia.
Entre las numerosas historias atribuidas a los anticlericales o librepensadores más radicales es ilustrativa la ocurrida en 1834, cuando la epidemia de cólera morbo que afectaba a toda Europa llega a España y en los primeros días de julio de ese mismo año, las víctimas empiezan a contarse por miles.
A esta tragedia viene a sumarse el rumor propagado por ciertos círculos, que afirman que ciertas órdenes religiosas han envenenado las fuentes públicas de Madrid.
Así lo cuenta Mesonero Romanos: «Ante la imposibilidad de a quien atribuir el brote de tan "repentina y horrible calamidad", comenzó a cundir entre el populacho el rumor -fomentado quizá por ciertos sectores políticos- de que la epidemia tenía su origen en un envenenamiento de las aguas por ciertos frailes.
La consecuencia de ello es que el día 17 de julio, las turbas feroces asaltan los conventos de San Isidro, del Espíritu Santo, de San Francisco el Grande y de Santo Tomás inmolando sacrílegamente un centenar casi de aquellas víctimas inocentes.»
En contraste con los tintes trágicos de este suceso encontramos un relato lleno de humor, referido a ese grupo de representantes de nuestra fauna humana, y que se recoge en uno de los maravillosos cuentos de Guy de Maupassant (Ed. Literarias y Artísticas. Madrid, 1905)
El relato lleva por título El librepensador, y me he permitido entresacar algunos párrafos para avivar el recuerdo de los que, sin duda alguna, conocen el gracioso cuento.
El protagonista que se llama Gregorio, es un anticlerical y librepensador de "tomo y lomo" :
Ver a un sacerdote y sentir un furor desenfrenado, para él, era todo en uno; le amenazaba, le hacía burla, y se curaba en salud por si le había dado mal de ojo»
Y ello alcanzaba no sólo a los clérigos sino a los templos ya fueran «católicos – apostólicos- romanos, protestantes, rusos, griegos, budistas, judios o musulmanes»
Un buen día a Gregorio, nuestro singular protagonista, se le ocurrió en plena Cuaresma, y como réplica a la tradicional abstinencia y ayuno de esos días, «organizar un banquete de carne para el Viernes Santo(...) y convidó a cuatro amigos para ir a comer juntos en el restaurant (...) y levantando mucho la voz para que le oyeran todos, nos decía la variedad de carnes que ibamos a comer»
«A las seis nos sentamos a la mesa y a las diez aún estabamos comiendo»
Terminada la opípara cena llevaron al buen Gregorio «borracho como una cuba» a su casa y uno de los invitados -sobrino del protagonista- se le ocurrió gastarle la pesada broma de enviarle al sacerdote del pueblo:
«¡¡Pronto!, ¡prontoI reverendo padre. Un moribundo reclama los misericordiosos auxilios de la religión ¡!»
El sacerdote pasa toda la noche al lado del "atiborrado" Gregorio y a las seis de la tarde del día siguiente sale el sacerdote de la casa del anticlerical, feliz y contento.
Ante el asombro de su sobrino, Gregorio le confiesa:
«¡Me ha cuidado con tanta solicitud, con tanto desinterés toda la noche. Le debo la vida, no lo dudes; ha hecho más que un médico...»
El cuento concluye narrando como el librepensador y anticlerical Gregorio se hace católico y para desesperación de su sobrino, a su muerte le deshereda, «dejando todos sus bienes al sacerdote»
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