Daganzo

Una de las cosas más interesantes de la vida es que nunca sabes si lo que te va a ocurrir en un momento dado tendrá transcendencia en tu futuro: "Sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas ¡ay Dios!, como sabiamente dice en su estribillo la magnifica canción de Rubén Blades. De esta manera, nuestra existencia va cambiando de sentido, unas veces a favor y otras en contra de nuestros deseos. Aunque no siempre nos percatamos de ese cambio de dirección, en algunos casos intuimos que algo grande acaba de pasar.

Tal sucedió cuando entré por primera vez en la casa de Daganzo(1), donde un amigo nos obsequiaba en su casa familiar con un asado de cordero de los que dejan huella en el alma. El origen de esta invitación se remontaba a una comida en un viaje de estudios donde la carta presentaba como lechazo algo muy parecido a un cordero jubilado. Cuando probó la carne dura y seca del asado le salió instintivamente la palabra oveja junto con una comparación con los corderos de su finca familiar. Los allí asistentes, rápidos como un rayo, le desafiaron a que lo demostrase. El resultado del reto fue el inicio de una tradición que se ha mantenido durante varios lustros, donde una vez al año, y salvo casos de fuerza mayor, nos reunimos los mismos amigos para comer y charlar como si los años no hubieran pasado por nosotros.

Cuando atravesé el umbral de la casa quedé impresionada con lo que estaba viendo. Me envolvía un ambiente decimonónico, cuidado hasta el último de los detalles. Los muebles, los cuadros y las tallas de los santos, las paredes cuajadas de útiles de bronce y latón bruñidos como espejos junto con colecciones de llaves de hierro perfectamente ordenadas. Todo estaba sujeto a un orden donde la improvisación no tenía cabida.

Allí he estado antes de cumplir veinte años, incluso conservo unas fotos muy bucólicas con los tiernos corderos en brazos. También he asistido embarazadísima, con los niños en el cochecito, con los niños aparcados con los abuelos, y una vez asistimos con toda la descendencia, muy abundante por cierto ya que tenemos una media de tres hijos y nos salimos de la campana de Gauss.

Como en toda tradición, hay elementos invariables como la tortilla de patatas, que abre el ágape, digna de una medalla de oro a la cocina casera y los postres de nueces y pasas junto con los mantecados caseros. El asado y el vino para regarlo ha ido variando con los años. Lo que empezó siendo un lechazo ha derivado a un asado de cochinillo y el vino inicial algo recio en principio, ha dado paso al vino de Rioja.

Es costumbre sentarse "a la vasca", los chicos se sientan a un lado y las mujeres al otro. Los más "machotes" se sientan lejos de las féminas para marcar distancia(2) y los más "metrosexuales" no tienen inconveniente en situarse en posiciones próximas a mujeres e incluso departir en animada conversación con ellas. La conversación femenina es bastante más rica y variada que la de los radicales del fondo de la mesa que les quitas el tema del dinero o las relaciones y se le agota bastante la charla.

Al calor del café y los licores de la sobremesa, en el que nunca falta el anís Chichón y el Baileys, los rostros van adquiriendo una tonalidad bermeja y los ultras del fondo sur empiezan a salir su autoaislamiento para decir alguna barbaridad contra alguna que no esté al quite.

Cuando la reunión llega a su fin, y según el dicho "cada oveja con su pareja" nos marchamos con la ilusión de regresar el próximo año.

Lula

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(1) El ilustre genio de las letras castellanas, el sin par Miguel de Cervantes escribió un entremés titulado "La elección de los alcaldes de Daganzo" (el entremés se puede leer en http://www.csdl.tamu.edu/cervantes/V2/textos/AHCT/alcaldes_01.htm)
(2) Ante la imposibilidad de marcar paquete, marcan distancia. El hombre por lo general es muy simple y esas pequeñeces les hacen sentirse mejor. La verdad es que se conforman con nada.