Cuesta arriba

La vida se ve diferente desde una bicicleta cuando recorres los caminos por los que habitualmente pasas en coche: el examen minucioso del estado del firme de la carretera, la lamentable situación del borde de la misma, los baches, los desniveles y sobre todo esa impresión de que la carretera está siempre cuesta arriba, tanto a la ida como a la vuelta del camino. Esta sensación de que la carretera siempre es ascendente no resiste la más mínima prueba de lógica pero es tan real cuando vas sobre las dos ruedas que siempre dices: mañana me fijo en este tramo para ver si desde el otro lado también lo veo cuesta arriba.

Cuento esto como una experiencia real que cada año me pasa en mis vacaciones de la playa. El camino en cuestión son 10 kilómetros divididos en dos tramos de similar longitud pero que separan dos entornos muy diferenciados: la zona de la urbanización turística y la carretera que conduce al pueblo marinero situado entre la marisma y el puerto pesquero. Aunque soy turista, mi estancia estival se ubica en la zona marinera, de espaldas a la zona de reciente urbanización, por lo que parto desde el pueblecito y me dirijo a la localidad más próxima no teniendo más remedio que atravesar la zona turística.

La carretera se inicia con una empinada curva capaz de disuadir a una persona poco dada al esfuerzo físico como yo, pero la voluntad de llegar al destino supera esta primera barrera. El camino continúa ascendiendo con cuestas más suaves, dejando a la derecha las marismas -con charcos de plata cuando la marea está alta- y a la izquierda las dunas ondulantes sobre las que se ha asentado la retama y que anuncian la playa, hasta que se llega a los eucaliptos, que son cuatro árboles plantados al borde de la carretera y que además de dar algo de sombra son el punto de referencia que indica un kilómetro y medio recorrido. Con la satisfacción de haber llegado al primer hito, se continúa dando al pedal mientas que se dejan a derecha e izquierda pequeñas granjas con animales poco lustrosos y plantaciones más bien raquíticas. En esta zona hay que estar alerta ya que en una de ellas crían cerdos y el olor que desprende es pestilente, por lo que la frecuencia de pedaleo debe subir a pesar del cansancio ya acumulado. Cuando se divisa en lontananza la torre mora ya sabes que el primer tramo llega a su fin y que la carretera que te espera a continuación se ajusta a los cánones de las urbanizaciones turísticas y por tanto es llama, goza de las sombras de las palmeras y tiene carril bici. Este tramo se te hace inusitadamente fácil, siendo las humildes granjas sustituidas por un campo de golf hasta que llegas a la entrada de la localidad en la que hay que remontar un puente, cuyo tablero es casi paralelo al arco del mismo. En un último esfuerzo, una vez atravesado el puente, la bicicleta se confunde con los coches y amotillos atronadoras, dando paso al instinto de supervivencia para no perecer en el paseo.

Una vez llegado al destino, por fuerza tienes que hacer el camino inverso. Es muy importante la hora de regreso, se debe evitar tanto el cenit como el ocaso del sol, en el primer caso por las insolaciones y en el segundo por la voracidad de los mosquitos autóctonos. Pero el retorno alberga también una sorpresa: en una de las granjas hay un fiero perro guardián sujeto con una cadena a una estaca, que generalmente está recostado en el suelo pero cuando pasas con la bicicleta se abalanza furioso ladrando y tensando la cadena que le sujeta hasta casi ahogarse. La prueba se pasa con dignidad cuando se consigue mantener el equilibrio de la bici y el corazón te sigue palpitando.

Si comparas este trayecto cuando se hace en el coche, la carretera te parece practicante llana, no te da tiempo de oler a los gorrinos, no oyes al perro, los eucaliptos dejan de ser una referencia y la torre mora es sólo algo curioso en la carretera y ambos tramos te parecen iguales, si acaso uno con un paisaje más natural que el otro.

Puestos a sacar comparaciones (emulando a Jesulín), las carreteras son como la vida: cuando las vives por el lado fácil -en el coche- no se requiere esfuerzo pero se pierden todos los detalles del camino. Sin embargo, cuando se vive palmo a palmo -en la bici-, se suda, se sufre, se aprecian todos los matices, todo se conoce mejor.


Y, por supuesto, es siempre cuesta arriba.

Lula

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