Cuando un amigo se va
Escribo esta nota con el corazón aún caliente por la emoción de la despedida. Un amigo, compañero de muchas fatigas laborales, ha tomado una sabia decisión de dar un giro a su vida profesional y familiar para trasladarse de Madrid a los pies de los Pirineos.
Para despedirse, nos invitó a comer a los colegas que hemos tenido la suerte de trabajar junto a él. Entre el numeroso grupo de asistentes éramos mayoría sus compañeros de un ambicioso y largo proyecto que casi duró una década. Actualmente este equipo de trabajo ha sufrido una diáspora por penosos desiertos laborales y acudió a su llamada como dice el bolero: "Si tú me dices ven, lo dejo todo"(1).
La invitación suscitó un frenético intercambio de e-mails entre los invitados, en el más puro ardor guerrero de tiempos pasados. Algunos opinando sobre lo cara que le iba a resultar la comida y proponiendo que nos subleváramos y pagáramos a escote y otros diciendo que si era su voluntad el invitar, no dudábamos que sabía multiplicar y por tanto calcular el sablazo que le iba a suponer. Incluso alguien sorprendió con la firmeza en la exposición de sus argumentos. Al final, nos invitó y dejó el nivel muy alto para futuras despedidas.
Allí reunidos ante un níveo mantel, charlamos por los codos mientras devorábamos sin piedad las exquisitas carnes argentinas, todo ello a fuerza de vino. Las dificultades de la vida no se han cebado en nuestro apetito, señal inequívoca de que aún tenemos fuerza para seguir adelante y no dejarnos abatir por las negras expectativas de nuestro incierto futuro laboral. Rememoramos los viejos tiempos, que siempre se sienten como mejores, y nos admirábamos por su valiente decisión.
Las circunstancias que se han dado para que pudiera dar este paso se encuadran en lo que suelo llamar "estar de Dios". Con su estructurada mente científica siempre se sonreía cuando yo basaba mis vaticinios en la Fuerza del Destino, pero reconocía que aunque lo que decía carecía de lógica, se cumplía. Ese exceso de lógica le impedía creer las cosas que carecen de ella, hasta que estuvo de Dios que las viera con sus propios ojos. De esta manera se adentró en el mundo de la intuición.
Es un profesional riguroso y polifacético, con una paciencia digna de elogio, un carácter tolerante y de trato muy agradable. Allá donde vaya, los que trabajen con él estarán de suerte y los que dejaremos de verle todos los días le echaremos mucho de menos. Me lo imagino en su nueva vida, con su bicicleta de montaña, con el traje de ciclista y el pulsómetro, dando pedales entre el viento frío y puro de los Pirineos, sintiendo físicamente la libertad.
Pero se va sin que haya despejado una duda: no sé valorar qué es lo que más admiro de él, si su inteligencia o su nobleza.
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(1) Sin ir más lejos, dejé aparcada mi clase de golf que es casi sagrada