Con la sartén por el mango
Cuando escribo estas líneas tengo tres ampollas en las manos: dos en la mano izquierda y una en el pulgar de la mano derecha. No es de barrer, ni de fregar, ni de arar en el campo, ni de segar, es de algo tan fino como jugar al golf. Las ampollas de la mano izquierda obedecen al hecho de que me he olvidado meter en la maleta el guante de golf y la de la derecha a que no sé sostener con propiedad los palos de golf.
Durante el curso escolar, una vez por semana, asisto junto con dos compañeras a una clase de golf. Las tres compaginamos la vida familiar con la profesional y además intentamos adquirir a base de esfuerzo y tesón un swing elegante y eficaz. El profesor, de una paciencia equiparable al Santo Job, no para de repetirnos que agarramos el palo con demasiada fuerza y que este defecto nos da rigidez al swing.
Vengo pensando que esto se debe a nuestra naturaleza controladora, acostumbradas como estamos a lidiar con las tareas del hogar y del trabajo, intentando tener todo dentro de un orden, sujetando siempre la sartén por el mango para ser dueñas de la situación. Esta actitud tan rígida se refleja cuando hacemos el swing y nos suministra un hieratismo propio de las faraonas egipcias, que arruina todos los esfuerzos del profesor por hacernos unas golfistas de pro. Nada más lejos de “un movimiento suave y acompasado” como retiradamente nos recalca en cada clase, seguimos cogiendo los palos de golf como si de una sartén se tratase y fuéramos a dar un sartenazo.
También las tareas domésticas aportan su granito de arena a la hora de restarnos flexibilidad. Tenemos la costumbre de sujetar con energía el palo de la escoba y el de la fregona. En este caso no salen ampollas, salen cayos, por el reiterado uso de estas herramientas de la limpieza. También sujetamos con cierto brío el plumero, a pesar de su ligereza. Sicológicamente, cuando nos dan un palo, tendemos a asirlo con fuerza y a moverlo con los brazos de derecha a izquierda. Por eso lo del giro y desgiro del swing no nos entra en la cabeza y parece que estamos barriendo con exagerados movimientos.
Tanto el exceso de ocupación en diversas tareas que proporcionan un constante stress, junto con lo vicios adquiridos por el uso de herramientas de limpieza domestica, limitan considerablemente el aprendizaje del swing. Por eso, es un deporte que se da más en las clases acomodadas en divanes que en las incomodadas por trabajos varios. Una señora que no sabe lo que es una escoba ni una fregona, que siempre tiene a alguien que se ocupa de su sustento y bienestar, parte de una posición privilegiada para aprender a jugar al golf.
Se lo tengo dicho a mi marido, que me retire de trabajar, que así nunca tendré un handicap decente, pero siempre me contesta que le retire yo. Respuesta fuera de toda lógica, porque él ya tiene un buen handicap y además, sería capaz de barrer con un giro de hombros que lanzase las pelusas por encima de los muebles.
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