A GUARDA -Episodio II: La estancia

viene de Episodio I: El viaje

Después del largo y tortuoso viaje, cuando estábamos a punto de perder los modales por la hambruna, llegamos a las 16:00 h. a las bodegas, situadas en el margen de un río de tranquilas y gélidas aguas que discurrían entre ondulantes lomas repletas de viñedos. ¿Dónde quedó nuestra sensibilidad para admirar tanta belleza? Pues sepultada entre los jugos gástricos. Todos, sin excepción, entramos a la bodega sin reparar en el verdor del entorno.

Una vez dentro nos situaron en un salón-comedor con dos ambientes. Para la comida había dispuesta una mesa alargada para trece comensales -culpa del non por no traer esposa- y para la sobremesa unos bancos de madera en torno a una enorme chimenea de piedra donde ardían lentamente unos leños. Nos distribuimos en la mesa como es costumbre: los chicos a un lado, las chicas a otro. Habíamos tomado posiciones, sobre todo para dar un pellizco al pan, cuando afloró la sensibilidad desde el fondo de nuestros estómagos hambrientos y salimos al verde paraje para hacernos unas fotos. De nuevo en la bodega, sin más interrupciones no pusimos a deglutir las magnificas viandas que nos iban sirviendo por tandas y, cómo no, bebiendo el riquísimo vino objeto del viaje. A los postres, donde no faltaron las filloas ni la tarta de Santiago, le siguió la queimada con conjuros y todo, ya que buena falta nos hacía por ser trece comensales. El conjuro no nos libró de que la Sra. Comprometida(1) nos propusiera una incursión a Portugal para hacer compras. Las que corríamos más peligro éramos las féminas, ya que los chicos suelen responder a estos envites con exabruptos. Después de su campaña de marketing consiguió involucrar a dos féminas de tierno corazón; las otras tres permanecimos en nuestra postura con impasible ademán. En este momento el grupo se partió en dos: tres mujeres en busca de unas toallas y el resto camino del hotel.

El hotel era de esos que llaman con encanto en las guías de Aguilar, un recoleto convento de monjas rehabilitado y de nombre El Convento de San Benito. Una vez libres de las maletas y habiendo tomado posesión de la habitación, nos dispusimos a conocer A Guarda. La ciudad se extiende en una de las faldas del impresionante monte Santa Tegra (Santa Tecla). A los pies de esta vertiente, repleta de pinos, se asientan unas estrechas casitas de colores, que se reflejan sobre las aguas del puerto. Un enorme dique protege las embarcaciones de la virulencia de este mar bravío. En su conjunto, el puerto con las casitas, el Monte Tegra como telón de fondo y a la tenue luz del atardecer, se asemeja a las ciudades nórdicas. La ladera opuesta del monte está bañada por las aguas del río Miño, que desemboca en ese punto en el Atlántico

Cuando regresaron las tres chicas de Portugal, sin grandes adquisiciones algodoneras, nos reunimos en torno a unas copas para comentar la jornada y hacer planes para el siguiente día, en el que afrontaríamos el retorno...

Continuará.......
Próxima entrega: Episodio III: El retorno (o similar)

Lula

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(1)Para los que no han leído el episodio I, diré que esta Sra. y su esposo tienen una intensa vida social y una agenda a seis meses vista.