10 placeres veraniegos gratis
Las primeras lluvias y los fríos que anuncian el otoño no han borrado mis recuerdos veraniegos, por tenerlos recientes, y sobre todo, porque los escribí en la HTC Touch para cuando tuviera ocasión de publicarlos en el blog.
Este año "Las circunstancias", de las que hablaba D. José Ortega y Gasset, han dado un golpe de timón y mi "yo" ha disfrutado de la playa en las postrimerías del verano, por ese motivo van con cierto retraso los relatos estivales de este año.
Una de mis reflexiones durante estas vacaciones ha sido sobre la levedad de los gastos en cuestiones de placeres veraniegos. Fui tomando nota de las cosas que me hacían disfrutar y pude comprobar que no precisan dinero y que están al alcance de cualquier alma sensible. Pasen, lean y opinen:
- Pasear por la arena mojada: Deleitarse con la sensación placentera de caminar descalza por la superficie húmeda y brillante de la orilla de la playa, sintiendo el suave cosquilleo de la minúscula arena sobre las plantas de los pies a la vez que los ojos contemplan tanto la inmensidad del océano como la brevedad de la vida viendo como las olas van borrando las pisadas.
- Tomar el sol: Sentir una inundación de luz natural, deslumbradora, cálida y energética que recarga el ánimo maltratado por los encierros en cubículos de luz artificial. Comprobar como la piel agradecida torna los colores verdinos en calidos y dorados tonos morenos.
- Bañarse en el mar: Sumergirse en las saladas aguas cuyas olas juegan a echarnos hacia fuera para después arrastrarnos hacia adentro, invitándonos a traspasar la línea en la que su superficie va atenuando su ondulación.
- Escuchar las conversaciones ajenas en la playa: Participar como espectador pasivo de las vidas de otros, juzgando y tomando partido sin posibilidad interactuar. Tan cerca en la distancia y tan lejos en la relación. Las reflexiones sobre este inusitado placer las desarrollaré en otro post.
- Coger coquinas: Remover con los pies la arena mojada buscando los tesoros que alberga el mar, dando rienda suelta a ese afán recolector que toda mujer lleva dentro.
- Ver los barcos entrar en el puerto: Al caer la tarde, avistar los barcos que regresan al puerto acompañados de una nube de alborotadas gaviotas. Adivinar por la expresión de las caras de los marineros, enjutos y morenos, cómo ha sido de provechosa la jornada.
- Contemplar la puesta de sol: Ver caer lentamente el sol, como si fuera una enorme moneda, sobre el horizonte de la marisma que se tiñe de los más ardientes colores hasta quedar escondido entre sus entrañas.
- El Wi-Fi de Gema: Volver a la vida digital gracias a la generosidad de una internauta de ley que comparte su router Wi-Fi con los veraneantes sedientos de conexión.
- Aromas de jazmín: Dejarse inundar por ese olor dulzón y embriagante que trae la brisa mientras que el olfato enseña a la vista dónde encontrar esas minúsculas flores blancas capaces de tanta fragancia.
- Mirar las estrellas: Poder contemplar el cielo estrellado que en las grandes ciudades apenas podemos vislumbrar por la contaminación atmosférica y lumínica. Ir buscando las constelaciones y las estrellas más brillantes. Imaginar dónde estaría situado Trantor y en qué esquina del universo se encontraría Términus. Fantasear con que Han Solo aterrizase en la azotea.
Al pasar a limpio estas sensaciones me ha venido a la memoria los versos de Jorge Manrique:
Cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado (en la playa)
fue mejor.
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