Próxima parada, Plaza de Cataluña
Eran las siete de la mañana. Aun no había amanecido. Un viento frío se paseaba por el desierto andén. El mar se adivinaba por su ronco lamento tras una muralla negra. Ni una sola estrella brillaba. El cielo encapotado soltaba un chirimiri que en algún momento se tornaba aguanieve. El tren llegaba. Poco a poco se fue parando. Al abrir sus puertas, los escasos viajeros que aguardaban refugiados en la estación se subieron corriendo. Juan buscó "su" asiento. Siempre eran las mismas gentes, siempre se sentaban en el mismo sitio. Enfrente tenía a la dama misteriosa: se llamaba María, tenia un porte elegante y distinguido: 39 años, guapa, directiva de una empresa importante. Siempre viajaba con su abrigo de paño y su maletín de piel. Juan, también trabajaba en Barcelona, en una vieja casa de ladrillos rojos en Paseo de Gracia, era contable.
Cada día se miraban y cada día, tan solo un"buenos días" salía de sus bocas.
Cadaqués 23 años antes...
Juan y dos amigos mas se divertían en la playa. Saltaban, nadaban, reían... La vida era pura diversión. La amistad un sentimiento intenso y puro. El sol calentaba la arena con fuerza y el azul del cielo se reflejaba en el mar mediterráneo con una luminosidad impresionista.
Cuando Juan vio a María, estirada en su toalla, bañada de sol, notó un cosquilleo en su estómago. Y antes de que le diera vergüenza, se acercó a ella y le dijo:
- Perdona que te moleste...
- ¿Qué...? - ella le sonrió.
- Bueno, verás... Te estaba mirando... y tú, mirabas como yo te miraba, y he pensado: me acerco a ella, a ver si se me ocurre algo que decirle por el camino...
-¿Y qué se te ha ocurrido...? - le preguntó ella, mientras su amiga Pilar, apenas si contenía la risa.
- Nada...
- ¡Nada!- exclamó María.
- Nada de nada...
- Bueno, pues siéntate con nosotras y haz tiempo... - Le dijo con una dulce sonrisa.
Se buscaron en los ojos, se encontraron en las manos, y una marea de afectividad no contenida los atraía a un centro de gravedad en los labios. Tras unos minutos de charla amena, el primer beso; con sabor a sal y a beso robado; un beso rápido, como de prueba, como de... a ver que pasa, cándido.
Esa misma noche, en una sala de fiestas, una orquesta de viejos músicos cansinos tocaba un bolero:
Reloj no marques la horas/ porque voy a enloquecer/ ella se irá para siempre/ cuando amanezca otra vez...
En el centro de la pista, Juan y María bailaban abrazados, lentamente. El vocalista de la orquesta no perdía un detalle de ella. Llevaba un vestido largo blanco, con la falda plisada. Resaltaba su piel morena. Era una chiquilla muy bella. Llevaba su cabellera negra recogida en una trenza. Él era un palmo más alto, delgado como un junco, y un poco desgarbado, en sus ojos grandes brillaba la bondad y un cierto aire de bohemia. Se había puesto una camisa a cuadros y unos tejanos.
-¿Por qué has aceptado mi invitación? - le dijo al oído.
- Por tus rodillas - le contestó ella.
-¿Qué...? -
-Te temblaban las rodillas... ¿Cómo se le puede decir que no, a un chico al que le haces que le tiemblen las rodillas...?
-¡Joder... me has"matao"! Pues si hubieras visto como me iba el corazón...
María, le cogió la mano derecha y se la llevó a su pecho. Notó las palpitaciones de un corazón enamorado, acelerado, y acarició furtivamente la orografía de sus senos...
Reloj detén tu camino/ porque mi vida se apaga/ ella es la estrella que alumbra mi ser / yo sin su amor no soy nada...
Las luces ultravioletas de neón. Los focos de colores que giraban proyectando sus halos como faros locos, los flashes estroboscópicos, el humo del tabaco, el gentío, la música.... Nada distraía a la pareja. Estaban viviendo un momento mágico, sublime. ¿Quién dice que la vida no tiene sentido?
Detén el tiempo en tus manos/ haz esta noche perpetua / para que nunca se aleje de mí/ para que nunca amanezca...
Esos días de agosto se fueron deslizando, entre días de playa y noches de fiestas; entre helados en las terrazas y dulces sangrías; entre bares y paseos; entre besos y caricias...
La última noche que iban a pasar juntos, ella consiguió la llave de un apartamento. Se la había dejado una amiga. Cuando el entró se encontró con dos candelabros con la velas encendidas. La cena estaba puesta en la mesa. En la penumbra sonaba la música de Queen. Ella estaba radiante con su melena suelta, enfundada en un vestido rojo, corto.
-¡Joder qué bonito! - dijo Juan.
Ella lo cogió de la mano y salieron al balcón. Las estrellas acompañaban a una inmensa luna llena que emergía del mar, tiñéndolo de naranja. En la bahía los veleros se mecían con el murmullo de las olas. En el paseo y en las terrazas la vida corría a raudales y la alegría de vivir, de disfrutar de la vida, era la única enfermedad contagiosa. En aire el olor a mar, y un cierto aroma de frituras y especies, que se escapaban de las cocinas de los restaurantes.
- Te quiero- le dijo él.
- Calla... - le dijo ella y lo besó tiernamente.
Cenaron entre risas y caricias... El vino era dulce. El amor, más dulce todavía. De repente ella se puso seria, se levantó de la mesa y se dirigió al dormitorio.
- ¡Ven! - le dijo a él.
El cuarto también daba al mar. La luna plena los miraba. María destapó las sábanas. Cogió dos rosas frescas de un florero y esparció sus pétalos. Una lluvia roja cayó sobre la cama.
- Lo vi en una película.
- Vale, vale - contestó.
María se desnudó lentamente, con naturalidad, dejando sus prendas en una silla. Con toda su piel a la luz de la luna parecía una Venus salida de las aguas. Juan la miraba embobado, ni pestañeaba, no podía creer que aquello fuese cierto y que le estuviese pasando a él. Nunca hubiera imaginado que la vida fuese tan bella.
-¿Te vas ha quedar toda la noche ahí, de pie, como un pasmarote?
-¿Qué...? Ah, sí, ya voy... ¡Qué preciosa que eres...!
- Calla...
Se amaron tiernamente, sin prisas, sin miedos. Con la pasión y la entrega de la juventud. Sin pasado y sin futuro, viviendo intensamente el presente; un presente que se justificaba en sí mismo, sin más razón, que la razón del amor.
Se quedaron dormidos, abrazados, unidos en un lazo tierno bajo la luz plateada de la luna. Una canción de Serrat, desde una verbena lejana, en el silencio de la noche, llegó hasta la alcoba:
Y te acercas y te vas/ después de besar mi aldea/ jugando con la marea / te vas pensando en volver/ y eres como una mujer/ perfumadita de brea/ que se añora y que se quiere / que se conoce y se teme...
A María la mandaron sus padres a Estados Unidos a estudiar. Al principio se escribían cada semana. Después las cartas se fueron espaciando, hasta que a uno de los dos, se le olvidó contestar. Y la tramontana se llevó los últimos recuerdos.
"Próxima parada Plaza Cataluña"
Por el sistema de megafonía se escuchó el nombre de la siguiente estación. Juan sacó una libretita del bolsillo de su abrigo y leyó dónde debía bajarse: Plaza Cataluña. Cada día repetía la misma operación. El tren se paró y bajó.
-¿Me podría enseñar el billete? - le dijo el revisor a María.
-Sí, espere...
Al rebuscar en su bolso, se le cayó al suelo un tubo de pastillas:"Memotex" leyó el revisor al recogerlas del suelo.
- Son para la memoria, ya sabe.... - le dijo
ella.
- A mí me lo va a contar... ¿Creo recordar que yo también las tomo? ¿O.. no? ¿Me ha enseñado ya el billete?
FIN
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