Nostalgia

Imagen tomada de Cerebro hueco

El tiempo pasa volando. Parece que fue ayer cuando empecé a trabajar con él, pero fue el siglo pasado. El hito que me ayuda a situar temporalmente aquella época son las reuniones del gabinete de crisis del efecto 2000 (Y2K) con decenas de sistemas totalmente descontrolados que no sabíamos por dónde iban a petar y que al final atravesaron el milenio sin ningún incidente. Una prueba de que Dios existe, no de nuestra profesionalidad.

El bienio 1999-2001 fue para mi una Odisea. La década anterior había trabajado en la gloria y había conocido la felicidad laboral, pero las cosas buenas no duran siempre. Los cambios de organización me llevaron de un ambiente racional en el que se trabajaba con extrema profesionalidad a una república bananera donde él era el tirano.

Era muy inteligente y tenía una enorme capacidad de trabajo. Dormía sólo cuatro horas y llegaba a trabajar antes de que saliera el sol. Le gustaba saborear el poder y disponer de vidas y de haciendas. Los criterios para favorecer o perjudicar a sus colaboradores eran siempre arbitrarios. El que gozaba de su favor tenía bula y el que se le atravesaba ya podía buscarse otro lugar. No obstante, valoraba la inteligencia, el trabajo y la lealtad aunque no era el criterio principal para repartir sus favores.

El día a día era insufrible porque sus modales y su lenguaje rozaban el maltrato. Era muy conservador y odiaba el riesgo. Le gustaba tener todo muy atado de una manera indirecta. Gastaba más energías en hacerse "amiguete" de los clientes(1) que en fomentar la calidad del trabajo. Nunca le vi hacer un plan ni escribir algo más largo que un correo de cuatro líneas. A pesar de esto, pretendía que las cosas se hicieran solas y nos llamaba inútiles al menor tropiezo.

La parte más oscura era la consecuencia de las comidas con los clientes “amiguetes” de las que volvía achispado y con una enorme predisposición a tomar decisiones en este estado. Aprendí a esquivarlo por las tardes. Una red de amigos me avisaba si lo veía andar vacilante por el pasillo y buscaba la escalera más próxima para refugiarme en un laboratorio amigo.

Nunca llegué a adaptarme a este régimen laboral. Atravesé varias etapas, desde la rebeldía al mutismo, sin llegar nunca a la sumisión. Comencé a morderme la lengua y me envenené. Cuando empecé a llorar por las esquinas supe que había que poner fin a la situación y dimití. Desde entonces sufro desarraigo laboral.

Con el tiempo he conocido jefes peores que me han hecho reflexionar sobre la relatividad de la vida y valorar las cosas buenas que entonces no supe apreciar en él.

Esta tarde se ha celebrado una misa por el tercer aniversario de su muerte. Allí estaban los que fueron la plana mayor de la república bananera. Casi ninguno trabaja en la empresa porque varias diásporas los repartieron por múltiples caminos. Viéndolos allí juntos he sentido nostalgia de aquellos tiempos.

¿Síndrome de Estocolmo? No, aquella república bananera era la pastoril Arcadia comparada con estos tiempos oscuros llenos de rubias, Forrest Gump, Petrimetres tecnológicos, ratas y otras variedades desagradables.

Lula

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(1) Otra prueba de que existe Dios. Con esa forma de ser se me hacia imposible que alguien fuera amiguete suyo.