En algunas actividades de la vida, hoy se comienza
con una edad más temprana que hace años a ejercer
la profesión. Por ejemplo, si antes un tenista alcanzaba
la madurez a los 25 años, hoy a esa edad esta prácticamente
terminando su carrera deportiva.
A los toreros les ocurre lo mismo y algunos alcanzan la fama
y la riqueza cuando aún no han alcanzado esa edad.
¿Qué ocurre entonces?. Que como la mayoría
han dicho todo lo que tenían que decir, pues comienzan
a ser repetitivos, y claro, el público se cansa de
ellos.
Este año ha habido un torero que ha pasado por la feria
dos tardes y, aunque ya ha pasado de la edad referida anteriormente,
ni siquiera ha intentado estar digno y dejar un buen sabor
de boca en los aficionados. Me refiero a Manuel Caballero.
Este alcanzó un nivel como matador, y lleva unos años
que da pena verlo. Da la impresión que va a las plazas
a “hacer caja”, y a recoger los beneficios que
en su día le proporcionó el ser apoderado por
la casa Lozano. Y ahí está
el hombre, esperando que algún amigo sincero le recomiende
que ya es hora de retirarse.
En sus dos toros no hizo absolutamente nada, y antes había
toreros que cuando no estaban inspirados hacían una
faena de aliño y entraban a matar, claro, se exponían
a una monumental bronca, pero era su papel. Ahora toreros
como Caballero, aparte de torear al revés
e intentar engañar al respetable, se ponen pesados
y hasta causa pena verlos arrastrarse por las plazas recibiendo
avisos innecesarios.
Fernando Robleño sí
lo intentó, estuvo valiente pero su lote no le acompañó,
y claro, se topó con unos toros que nada se podía
hacer, solo reflexionar con sus picadores sobre la actuación
de estos.
Su primero tenía en la cabeza más leña
que una tahona, pero fue muy mal picado y, en la segunda vara,
el picador le zurró la badana. A pesar de todo, el
toro llegó con un poquito de codicia a la muleta, pero
Robleño cometió el error de
no obligarle con unos pases de castigo y el toro impuso su
ley, y esta fue la peligrosidad ya que rebañaba por
ambos pitones.
El quinto en la primera vara empujó con cierta fijeza,
pero también fue mal picado por el piquero de turno.
El torero brindó la faena a la cuñada de Leticia
Ortiz(1), Elena de Borbón.
En la muleta, el toro era un cadáver, ya que había
perdido la poquita fuerza que tenía y su comportamiento
fue peligroso, ante lo cual, Robleño
nada pudo hacer, solo intentarlo.
Sebastián Castella
fue el único torero de la terna que consiguió
dar alguna verónica suelta a su primer toro, que tuvo
una embestida clara con el capote, bajando los brazos y embarcándo
con lentitud la embestida, y claro, ante tanta sequía,
es de agradecer. Me preocupa seriamente la poca práctica
que se está llevando de esta suerte, como de otras,
porque si en los festejos que llevamos a nuestras espaldas
no se ha producido nada digno de recordar en el toreo de capa,
presiento que algo está cambiando en la fiesta. No
me extrañaría nada que dentro de pocos años
nos tengamos que referir al recuerdo de esta suerte tan bella.
El burel no valía un duro, perdió las manos
en su pelea con el caballo, aunque eso sí, para no
variar fue muy mal picado.
Comienza la faena con un pase cambiado, llamado también
el pase de las flores, y el toro se cae en la embestida y
a la salida del pase, con lo que dio muestras de su debilidad.
Intentó torearlo con suavidad con la izquierda, pero
era inútil, siguió en redondos al hilo del pitón,
y claro, sería repetir lo dicho en muchas ocasiones,
eso en Madrid no gusta, y claro, el respetable
aficionado comenzó a bostezar.
Sale el sexto, y en su encuentro con el capote, debido a su
codicia, Castella no puede con él.
En la primera vara el toro empuja metiendo los riñones.
¡Albricias! Un toro en la feria empujando con fijeza.
¡Deberé estar viendo visiones!. Juro que no he
bebido, pero a ver quién se cree eso. Es mi palabra
contra la de vosotros.
El piquero es un “pinchauvas”, y claro, la suerte
en su ejecución final es un desastre. El toro entra
al caballo por la parte que no tenía protegida y al
parecer le hace daño y tiene que terminar la suerte
el de reserva.
El monosabio quiere ser el protagonista tirando del rabo del
toro y extralimitándose en sus funciones en el ruedo,
seguro que llevado por su buena fe, no lo dudo, cuando este
acosaba al caballo; pero la afición, siempre la afición,
esa que algún gacetillero vividor
de baja cama y de estirpe desconocida se permite criticar
y llamarla borracha e indecente en los papeles de un periódico.
Si D. Torcuato levantara la cabeza, mandaría
a galeras a quien ha permitido que eso salga a la luz y que
esas tropelías escritas se pongan delante de los ojos
de personas serias. Esa afición, como decía,
pendiente y guardiana de que se cumplan las normas en el ruedo
obligó con sus protestas al alguacilillo a llamar al
orden al monosabio, y así dejar a los profesionales
hacer su función.
A lo que iba, el toro se llamaba Marañito,
y tenía unos pitones dignos de los animales de su estirpe.
Este toro salvó la tarde y seguramente al ganadero,
ya que todo lo que había salido por chiqueros anteriormente
le habría levantado dolor de cabeza, y hasta si me
apuran ponerlo en el dilema: ¿Qué hago con el
resto de los toros cuatreños?.
El toro va con alegría a la muleta, pero el torero
no sabe qué hacer con él. Seguro que eso se
salía del guión que le habían explicado
en la escuela taurina.
Sr. Gacetillero anterior, entérese,
y si necesita preguntar hágalo, que esos son los toros
que hay que poderles e inventar el toreo con ellos, no con
los inválidos que torean las figuras que Ud. y la afición
sabemos.
Como decía, el torero daba trapazo tras trapazo toreando
para afuera y sufriendo enganchón tras enganchón
en la muleta, y claro, pasó lo que tenia que pasar,
que se quedó al descubierto y el toro lo enganchó,
lo que hizo pasar a la plaza un verdadero susto, porque tal
y como se desarrolló la cogida y la actuación
tardía de la cuadrilla, pensamos que la cogida podía
ser grave. Afortunadamente no fue así y el torero pudo
acabar con la vida del toro echándole valentía.
Recibe un aviso por su labor y mata de un metisaca y una a
estocada trasera.
Pepeillo
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(1) Con “z” de Letizia. Ya las
infantas no son sino cuñadas
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