Los Viajes de Fenris
El incidente en la posada de Arigah.
Una hermosa margarita se mecía en lo alto de la colina, rodeada de hierba y más flores, desde donde se podía divisar la ciudadela de Arigah. La luz del sol del atardecer, comenzaba a escasear en aquel lugar mientras bañaba con su luz rojiza los muros de la ciudadela, y nuestra margarita cerraba lentamente sus pétalos, preparándose para una placentera noche mientras esperaba el rocío nocturno....Hasta que algo que parecía una bota la pisó. Y la margarita, soportando el peso de aquel individuo que la pisaba, habría maldecido toda su estirpe, de no ser porque las flores no pueden hablar ni tienen sentimientos, al menos, en esta historia.
-Ah...Qué noche más preciosa...-Dijo el individuo.- La luna comienza a brillar y desde aquí se divisa Arigah, después de tres días de viaje...siendo perseguido por un jabalí y luego por una vieja loca.....Pero eso no tiene importancia porque al fin ¡he llegado!
Se llamaba Fenris. Este individuo se parecía tanto a un elfo...Igual de apuesto, igual de alto, igual de fuerte y con las orejas igual de puntiagudas. Bueno, quizás algo más puntiagudas, algo caídas, con forma triangular como las de un zorro, y estaban cubiertas de un fino vello gris. Tenía el pelo largo, de color dorado, y siempre lo llevaba recogido, y unos ojos preciosos, de color verde cristalino.
Comenzó a descender por la ladera, saltando con la agilidad de un elfo....Hasta que pisó una piedra que estaba suelta y que le hizo caer y bajar rodando los cincuenta metros que le quedaban para llegar al camino de la ciudadela. No, definitivamente no era elfo, un elfo no podía ser tan torpe.
Al llegar abajo, se levantó y se sacudió el polvo y la tierra de su ropa. Una vaca con manchas rojizas que pacía en ese lugar desde ayer, bien porque se hubiera escapado o bien porque la dueña no la hubiera recogido el día anterior, se quedó mirándole. Parecía reírse.
-¿Y tú qué miras, desgraciada?. -Fenris cogió una piedra y se la lanzó..-Vete, anda, vete.
La piedra rebotó en el lomo de la vaca. La vaca le miró con cara somnolienta y se le acercó lentamente.
-Vete, he dicho que te vayas.
Obviamente el animal no le hizo caso, porque bajó la cabeza y le persiguió durante kilómetro y medio por el camino hasta llegar a las puertas de la ciudadela. Fenris tuvo suerte, porque era más rápido que la vaca y porque los soldados del duque cerraron la puerta en cuanto vieron al animal enfurecido....No obstante, la vaca estuvo un buen rato embistiendo la puerta y tratando de entrar, acordándose de la madre de aquel tipejo.
Fenris trató de olvidar los percances ocurridos, y tras limpiarse la ropa, se dirigió a la posada. Llegó a las puertas y leyó el nombre: "La cucaracha rolliza". Se preguntó que clase de persona le podría un nombre así a un establecimiento.
No tardó mucho en averiguarlo, porque en cuanto entró vio que el local parecía un vertedero pero sin punto limpio de reciclaje. Y el dueño iba conjuntado con el ambiente. Un hombre gordo y con la ropa sucia que se hallaba detrás de la barra le lanzó una mirada de pocos amigos.
-Tú, largo de aquí, no queremos elfos ni bichos raros.
Fenris odiaba que le llamasen "elfo", pues no lo era y prefería acabar con su vida antes de llegar a serlo. En cuanto a lo de "bicho raro", no se dio demasiado por aludido, ya que los que había en la posada, tampoco es que distasen mucho de ser "bichos raros".
Un hombre que bebía en una mesa tenía una pata de palo, un parche en el ojo y un garfio en cada mano (a Fenris le pareció un espectáculo verle coger la jarra). En otra mesa, había una mujer extraña, con un vestido rojo escotado, pero con pelo en el pecho y algo de vello en la cara. Fenris dudó que realmente fuese una mujer. Y encima a él le llamaban "bicho raro".
-Quiero una habitación limpia, por favor.
-Y con sábanas de seda, ¿no?
-Exacto.
-¡ELFO IDIOTA! ¡Si no quieres habitación aquí, lárgate, pero encima no vengas con exigencias!
-No soy un elfo.-Replicó, algo molesto.- Una habitación normal, por favor.
-Veinte monedas.
-¡Pero qué robo!¡Para eso duermo en la calle!
-¡Pues A LA CALLE! Ya te he dicho que no queremos tipos raros por aquí.
-En fin, me la quedo.
Fenris se despidió de la mitad de sus ahorros y deseó con toda su alma que le partiera un rayo a aquel tipo o que se le cayera la posada encima. "Bueno, por ese precio la habitación ya puede ser buena", pensó. Cómo lamentó equivocarse.
La habitación (si es que se la podía llamar así) estaba cubierta por una espesa capa de polvo y el suelo crujía excesivamente al pisarlo. Olía fuertemente a orina y a excremento de caballo. Fenris abrió la ventana para echar el olor, mientras se preguntaba qué tipo de seres habían habitado aquella habitación antes que él para dejar ese olor impregnado. Había un armario, que resultó ser un criadero de murciélagos y que huyeron por la ventana aterrados en cuanto Fenris lo abrió. La mesilla, con dos cajones, estaba llena de crías de rata en el primero. En el segundo cajón debía de estar el salón principal del nido, porque había dos ratas allí tomando el té. En cuanto vieron a Fenris, se escabulleron por un agujero que había en la madera y luego por otro en la pared. Y la cama….Bueno, ¿para qué hablar? Fenris se preguntó al verla si no sería más higiénico dormir en el suelo. Pero quitó las sábanas y el colchón (otra mansión para las ratas) y se tumbó sobre la madera, que aunque estaba llena de agujeros y medio podrida, le dio más confianza que el colchón. Pero temió moverse mucho, por si acaso aquello se venía abajo.
Era medianoche, más o menos. Los murciélagos llevaban toda la noche entrando y saliendo del guardarropa para alimentar a sus crías y cazar. Las ratas correteaban alegremente por la estancia llevando y trayendo trozos de comida. Y Fenris se había quedado dormido, arrullado por los chillidos de la fauna local. Pero algo le hizo despertar. Un gato de color canela se había colado por la ventana, persiguiendo a una de las ratas, y como la rata saltó sobre la cama para huir, el gato hizo lo mismo, pero como pesaba más, despertó a Fenris. Él se sobresaltó e intentó incorporarse para ver qué pasaba, pero se quedó en el intento. La cama crujió, y también crujió el suelo. Oyó un gran estruendo y sintió golpes muy fuertes. Y cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que estaba en el salón de la posada, rodeado de polvo y escombros. Miró hacia arriba y vio unas caras asomándose, totalmente desconcertadas. Y un enorme agujero en el techo. Bueno, dos agujeros. Por lo visto, había atravesado su piso y el de abajo hasta llegar al salón. El gato salió bufando y huyó a esconderse escaleras arriba, con el pelo erizado. Las ratas también miraban desconcertadas por los agujeros, y una de ellas estaba temblando en el regazo de Fenris. Éste la cogió del rabito y la dejó corretear entre los escombros, huyendo despavorida.
Fenris se limpió un poco el polvo de los hombros y estornudó. Entonces la posada comenzó a temblar, pero no por el estornudo de Fenris, sino por el dueño, que bajaba las escaleras cuan elefante saltando en una pradera (1)
-¡MI POSADA! ¡TÚ, ELFO! ¡TE HAS CARGADO MI POSADA!
En esto bajaron las escaleras un par de guardias, dormidos y sin pantalones, que posiblemente estarían disfrutando de la compañía de alguna mujer, o de su mutua compañía, quien sabe. (2) Bajaron rodando, pues se tropezaron a mitad de la escalera con el gato que subía, y cayeron encima del dueño, derribándolo. Uno de los guardias comenzó a asfixiarse debido al tonelaje de aquel sujeto, que se le había caído encima. El otro se levantó y miró a Fenris.
-¡Elfo, nos has despertado!
-No soy un elfo.-Protestó.
-Maldito elfo, vas a terminar de pasar la noche en el calabozo….Y ya veremos si ves la luz de un nuevo día, ¿cómo vas a pagar esto?
-Que no soy un elfo. Y no pienso pagar algo que ya estaba roto.
-¡PÁGAME AHORA MISMO O TE REVIENTO LAS COSTILLAS!-Rugió el posadero, apartando al guardia que tenía debajo de una patada. Fenris lamentó que todavía no se hubiesen inventado los paraguas, pues el tío de la posada soltaba tales perdigonazos al hablar que bien podría haber hecho en un momento una piscina climatizada en el local.
-En todo caso deberías pagarme tú una indemnización por alquilarme una habitación en un estado tan pésimo.
-¿INSINUAS QUE YO TE HE ESTAFADO?
-No lo insinúo: lo estoy afirmando.
Fenris tuvo mucha suerte, o tal vez no, porque en aquel momento entraron por la puerta siete guardias, atraídos por los gritos del posadero y de la gente, que protestaba por haberse despertado, y cinco se ocuparon de sujetar al posadero para que no se lanzara sobre Fenris. Los otros dos le cogieron y comenzaron a arrastrarle fuera de la posada, mientras la gente les tiraba jarras, cubos, orinales y platos a las cabezas. Los guardias sin pantalones decidieron volver a su habitación. Fenris siguió protestando y gritando mientras era arrastrado por la calle, hasta que una jarra de cerveza le impactó en la cabeza y le dejó sin sentido.
Cuando abrió los ojos, vio un techo de piedra y se preguntó dónde estaba. Se levantó y notó que tenía un bulto en la cabeza que le dolía, y recordó el jarrazo de la noche anterior, y todo el lío que había montado en la posada. Entonces se fijó en que lo que había estado durmiendo no era más que un montoncillo de paja. Había una puerta metálica, con una pequeña ventana con rejas, y un ventanuco en lo alto de la sala con rejas también, y bastante pequeño como para salir, pero por lo menos se podía ver el cielo, y por el color faltaba poco para el amanecer. Tras asimilar que se encontraba en una celda y que el posadero era un incompetente, decidió echar un vistazo para ver si había alguna forma de salir, aparte de la puerta. Fue cuando escuchó una risa sobre su cabeza, y miró para ver de qué se trataba.
Un cuervo se estaba riendo de él. Le extraño que los cuervos fueran tan inteligentes como para hacer eso, así que le llamó la atención.
-Eh, carroñero, no te rías de mí.
-No me río de ti, me estoy riendo de lo que hiciste anoche en la posada. ¿Sabes? Ese posadero es un tipo tacaño, siempre me persigue con la escoba cuando rebusco en su basura.
-Lárgate.-Dijo Fenris.
-Hey, amigo, no te enfades. Me caes bien, así que hagamos un trato, yo te ayudo a salir y tú me das algo de comer.
-Largo. No soy tu amigo.-Fenris le dio la espalda y se sentó en el suelo con los brazos cruzados.
El cuervo entró por la ventana y se posó en un poyo de piedra.
-Insisto en ayudarte, amigo. Eres de los pocos elfos que conversan con cuervos.
-Vete. No soy un elfo. Y tampoco soy tu amigo.
-Bueno no te enfades. Mira, yo soy lo suficientemente pequeño como para pasar entre las rejas y coger la llave de la celda.
-¿Y tú que ganas a cambio?
-La comida que me des.
-No tengo comida, y no tengo dinero para comprártela.
-Da lo mismo, ya me conseguirás algo.
-Vete.-Fenris se levantó, se acercó a la puerta y examinó la cerradura. El cuervo le observaba.
-No podrás abrirla así por las buenas, déjame ayudarte.
Fenris suspiró, admitiendo que el cuervo llevaba razón. Así que de mala gana, aceptó el trato.
-Pero en cuanto hayas comido, te largarás.
-Sin problemas.
El cuervo se coló por la ventanilla de la puerta, y a los pocos segundos volvió.
-Eh, amigo, la puerta está abierta.
-¿La has abierto tú?
-No, lo cierto es que ya estaba abierta.
Fenris empujó suavemente la puerta y se quedó maravillado por su buena suerte. La sala constaba de otra celda, que estaba al lado de la suya y una especie de oficina, con una ventana a la calle, una mesa con varias sillas y restos de bebida, y en la pared, una percha con su bolsa de viaje colgada, junto a dos uniformes.
-Voy a echar un vistazo, ahora vengo.-Dijo el cuervo, y salió volando por la ventana de la sala, que se encontraba abierta. Fenris recogió su zurrón, y registró los uniformes por si había algo de interés. Encontró una bolsita con monedas, que se ocupó de guardársela encantado de la vida. No había mucho más de interés, además de una carta de amor firmada por un tal Bobby, y un pañuelo sucio. El cuervo entró en ese momento de nuevo, y le informó.
-Por la puerta principal no es buena idea salir, hay dos guardias. Están dormidos, pero esa puerta chirría un poco y te oirán salir. La ventana da a un patio trasero, y ahora no hay nadie mirando por ahí, podrías salir sin problemas.
-¿Y si me disfrazo? Si los guardias están dormidos, tal vez no se den cuenta. Además si salgo por la ventana y casualmente mira alguien, eso levantaría sospechas.
-Y si te disfrazas, los guardias se preguntarán quien narices eres. Como veas, pero si no tienes suerte, te caerá una buena.
Fenris consideró las opciones que tenía y eligió la ventana. No estaba demasiado alta y sería fácil saltar. El patio estaba lleno de cuerdas sobre su cabeza, con incontables prendas tendidas. Con un salto ágil, llegó al suelo sin más incidentes que unas bragas de inmenso tamaño que se le cayeron en la cabeza, y salió de allí. Dobló la esquina y salió a la plaza, que tampoco era muy amplia y tenía un árbol en el centro. Fue caminando pegado a las paredes de las casas, para no llamar demasiado la atención mientras el cuervo le iba siguiendo desde los tejados. Comenzó a callejear por donde sus pies le llevaban, y al rato acabó en las puertas traseras de la ciudadela, que en ese momento estaban cerradas. Un guardia estaba al lado, de pie, apoyado sobre su lanza. Fenris se acercó a él y vió que estaba dormido. El cuervo se posó en su hombro.
-Despiértalo o dudo que te haga caso.
Fenris le dio unos golpecitos para despertarlo, pero el guardia perdió el equilibrio y se cayó al suelo mientras dormía. El impacto contra el camino empedrado le hizo despertar y empezó a quejarse de su vida.
-¡Maldición, me he quedado dormido! ¡Y me he manchado el uniforme! Ahora mi mujer no hará más que restregarme cuando llegue a casa que soy un cerdo y un guarro, que qué van a pensar de ella las vecinas cuando me vean así, y que tengo un trabajo que no me permite mantener a mi familia porque me pagan una miseria de sueldo. Qué asco de vida.
El guardia se incorporó levemente del suelo y se quedó sentado, haciendo dibujitos en la arena de la calzada con la lanza. Fenris tosió para llamar la atención, y el guardia le miró.
-¿Qué quieres a estas horas de la mañana?
-Oh, nada en especial…..Solo salir de la ciudadela.
-Hasta que no amanezca no abriré las puertas. ¿Por qué tienes tanta prisa en salir?
Fenris dudó, y el cuervo graznó. Bueno, el guardia sólo oyó un graznido, pero Fenris escuchó la maravillosa excusa que le había dado el cuervo.
-He de llevar un mensaje a la ciudad de Mirra de parte del duque. Es urgente.
-No tienes cara de mensajero. Enséñame el sello del duque.
Un escalofrío recorrió la espalda de Fenris, que empezó a buscar nerviosamente en su bolsa para ganar algo de tiempo.
-El sello….esto….debería de estar por aquí……
-Venga, no tengo todo el día.-Por lo visto, el guardia se estaba impacientando.-Deberías llevar el sello bajo tus guantes, ¿no lo llevas puesto? Quítate los guantes.
Fenris se quitó los guantes, y como era de esperar, en sus dedos no había ningún anillo. Pero el guardia se fijó en otra cosa.
-Oye, sólo por curiosidad, ¿qué te pasa en las manos? Tienes las palmas llenas de cicatrices.
-No es nada. Bueno, sólo son sellos mágicos. Estudié alquimia y magia hace unos años, y estos son sellos para usarla. Pero no la uso.
-¿De verdad? El hijo del duque está estudiando en la escuela de Mor, en la Torre Dorada. Pero sólo está aprendiendo para hacer pociones y esas cosas. Se llama Rush. No le conocerás por casualidad, ¿verdad?
-No. Yo estudié en la Torre Blanca, y fue hace tiempo. No estudié pociones. Pero me especialicé en la magia elemental y en las invocaciones.
-Ah, claro, entonces de ahí vienen las marcas. Pero exactamente, ¿para qué son?
-Cuando voy a hacer algo de magia, siempre brillan. Era… una manera de controlar la energía, supongo.
-¿A ver? Me encantaría verlas brillar…
-Bueno…Hace muchísimo que no uso la magia y no me gusta utilizarla sin motivo…No era algo que se me diera muy bien…Además, tengo que irme.
-Ah, es cierto, el mensaje. Pero de verdad, me gustaría ver cómo brillan. Si haces algún truco, te abriré la puerta, lo prometo.
-Hm…Bueno, está bien. Vamos a ver, necesito un blanco, y para verlas brillar bien tú deberías estar enfrente o debajo, porque es hacia donde dirijo el ataque.
-¡Dispárame a mí! Pero que no sea mucho, ¿eh? Así le diré a mi mujer que me atacó un mago y que por eso me ensucié el traje. Seguro que así no se enfada.
-Como quieras…-Dijo, pensando que el tipo aquel estaba bastante tocado mentalmente.
Fenris se alejó un par de metros del guardia y dirigió la mano derecha hacia él. Cerró los ojos, se concentró y se le dibujó un pentagrama que abarcaba la palma entera de la mano que había extendido. En un par de segundos, comenzaron a brillar, con un destello dorado que repasaba el contorno del dibujo, y cuando todo el pentagrama terminó de formarse con el destello dorado, un brillo más intenso cubrió todo el dibujo. Hubo un fogonazo, y de ahí salió un rayo, que atravesó el aire y fue a parar a la punta de la lanza del guardia, se propagó por el metal y acabó electrocutando al guardia.
El guardia, echando humo se arrastró por el suelo y dijo:
-¡Impresionante! ¡Qué maravilla!
Fenris echó una mirada al cuervo de su hombro, que parecía que se iba a caer de la risa.
-Bueno, puedes pasar… ¡Con tipos como tú de mensajeros, los mensajes están a salvo! ¡El duque es muy sabio al elegir a alguien tan fuerte! ¡Seguro que no tendrás problemas si te atacan por el camino!
El guardia se levantó apoyándose en la lanza, y tambaleándose se dirigió a la puerta y la abrió del todo.
-¡Que tengas suerte en tu camino! ¡Y ojalá nos veamos más veces! ¡Me has caído bien, te lo digo en serio!
Fenris se alejó por el camino maravillado de su golpe de suerte, con el cuervo riendo sobre su hombro, y mientras, pensando que el mundo estaba lleno de tipos aún más raros que él.
Más relatos de S.M., pulsar aquí
e-mail de contacto: seccionfemenina@gmail.com
(1) Los elefantes no pueden saltar, y nos alegraremos de ello, pues no quiero ni imaginar el resultado de los pobres topos que viven bajo tierra si un elefante se pusiera a saltar. Esto demuestra que la naturaleza es sabia.
(2) El que piense mal de esto es porque ya de por si es un malpensado, yo aquí lo dejo la cuestión de los guardias en el aire y que cada uno lo interprete como quiera.